Everlasting Sight

-Ven aquí.

-¿Para qué?

-Porque sí, vamos.

-Ahora no, estoy ocupada.

-Mentira.

-Es cierto. Déjame en paz.

Nada que hacer. Insistir no valía la pena cuando ella se ponía así, y por lástima era la mayor parte de las veces. En fin, tampoco es que sintiera tanta urgencia, pues sus deseos ya se habían visto satisfechos, aunque no respuestas sus incógnitas.

Arti tenía la extraña costumbre –y aparente necesidad- de realizar montones de acciones inútiles durante sus encuentros sexuales: caricias, besos, palabras… muchos detalles aparentemente sin sentido, que terminaron haciéndose comunes y casi necesarios. Igrin nunca los pedía (jamás se rebajaría a eso), pero los disfrutaba enormemente, y aprendió a responderle a ella de una forma similar para mantenerla contenta. En definitiva, se entendían bastante bien.

-¿Qué escribes ahora?

-Mi novela.

-¿La mía?

-Esa no la escribo estando tú despierto, o verías donde la guardo.

-¿Y qué problema habría?

-Da mala suerte.

-Bah. ¿Y con cual estás?

-La otra; la estoy acabando.

Después de la primera noche Arti se había puesto a escribir como loca, como si le fuera la vida en ello. En apenas un par de días en los que su amante se había ocupado de la casa y de ella como si fuera su padre había avanzado mucho con su novela, había empezado una nueva, y se pasaba el tiempo muerto apuntando ideas que no quería olvidar. Estaba totalmente desquiciada, pero, a pesar de todo, se la veía contenta.

+++++++++++++++++++++++++++++++++++++

-Hoy va a llover.

-¿Cómo lo sabes?

-No sé, pero va a llover.

Arti se incorporó un poco, cubriéndose con la desvencijada manta. Miró hacia la puerta trasera, por donde Igrin estaba asomado. El cabello le había crecido en el último tiempo, y una rala barba cubría su rostro. Su espalda desnuda se mostraba ligeramente corvada, y Arti supo que la esperaba una desagradable noticia.

-Me voy.

-¿Adónde?

-A mi casa.

-¿Cuándo?

-Cuando me vista.

La rubia se levantó y, bajando las escaleras de la buhardilla, comenzó a subir sin molestarse en coger su ropa. Bajó al cabo de unos minutos y comprobó que Igrin no se había movido del sitio.

-¿Podrás hacerme un favor?

-¿Qué? –Al fin el chico se giró.

-¿Podrías llevarle esto a un amigo? Es… el manuscrito de mi última novela.

-¿Por donde es?

-Estará en la puerta Este de la ciudad, en la garita de los guardias. A cambio, pídele que te lleve.

-¿Qué?

-Ahora vete.

Igrin no preguntó. Se vistió en silencio, unas ropas nuevas que la chica había conseguido para él en algún sitio.

-Háblame de la novela.

-No.

-Salgo en ella, tengo derecho a saberlo.

-Es posible.

Nuevo silencio. Igrin recogió su capa, se calzó las botas, y se levantó para recoger el rollo que Arti le tendía.

-Te diré una sola cosa –La mujer cruzó los brazos delante del pecho.- Se va a llamar “El Último Suspiro”.

-¿Por qué?

-Eso te lo imaginarás por tu cuenta.

Igrin asintió. Arti le tendió el fajo de papeles y el chico lo guardó entre sus ropas. Salió de la casa sin volver a dirigirle la palabra. Arti se dio la vuelta en cuanto la puerta se abrió y comenzó a buscar su propia ropa. La palabras de despedida no se ajustaban a su carácter.

Una hora más tarde llovía a cántaros en la ciudad.