Habemus Wallace dice:
ah, si
hay cosas ademas de pokemon que debemos conversar

[Black Kitty - Mithrael] "A Black Cat's bad luck can't be rejected" // Wahahaha >:3 dice:
...esight?

(...)

Habemus Wallace dice:
(sabes que la cosa va mal cuando publico un articulo en facebook y no en esight)



Para más referencia, ver fecha de la última actualización.


En resumen:


...¿o no?

¡Hasta el próximo capítulo!

Golpeó, pateó, mordió, arañó e incluso empujó el árbol, descargando toda su furia, su rabia y su frustración, contra él, pero no era suficiente. Necesitaba, quería más, más y más; no podía contentarse con tan poco, y sentía que iba a estallar si no se desahogaba. Extrañaba correr, sudar, cazar, morder... Sí, morder algo de verdad, carne de verdad, carne dura y correosa con la que poder ensañarse a gusto. ¿Y cómo la conseguiría? Cazaría, sí, cazaría alguna cría de animal salvaje y la asustaría, y la mataría en el momento de mayor tensión de sus músculos, y luego lo despedazaría sin perder un segundo y...

Estaba ahí. Lo olió lo oyó llegar. Sentía que sólo estando tras él ya lo invadía el miedo. Y no contuvo su sonrisa.

Sonriente se giró, con sus dientes a medio transformar...

Su tocayo, su hijo, dio un paso atrás, temblando, pero con ojos desafiantes. Tuvo que relajarse. Se obligó a ello.

-¿Qué quieres?

-Me... Mamá quiere saber si vas a comer en casa.

-Esa puta no es tu madre... Ni ese cabrón tu padre, ya que estamos.

-...Ya lo sé.

-¿Qué?

-Ellos... Los demás son todos hijos de papá Mialc, y Menalc es su mujer, no la madre de ninguno de nosotros. Pero papá me contó la verdad, me dijo que mi verdadero papá era un amigo suyo que se llama igual que yo y, visto lo visto, ése serías tú, así que... ¿Vendrás a comer con nosotros?

-No; no iré. Y tú tampoco.

-¡Menalc no me ha dado permiso para salir!

-¿Y me tiene que importar? Vamos, me acompañarás a buscar comida.

-¡No! ¡Suéltame! ¡¡No!!

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

No necesitaba mirarlo no hablar con él para saber que el niño, Kuroi, quería volver. Se habían alejado mucho del pueblo, y probablemente el chico no estaba acostumbrado a eso, no sin “papá Mialc”, “mamá Menalc” o...

-Dime una cosa, chico.

-Me llamo Igrin, no “chico”.

-Igrin soy yo, así que para mí eres “chico”, ¿entendido? Bien. ¿Sueles salir del pueblo?

-A veces, si Menalc nos deja... Sei y yo vamos a explorar. ¡Ah! Quería decir Nedda. Sei es mi hermana Nedda.

Lo sabía.

-Esa chica no es tu hermana, no lo olvides. Pero no pienses que por ello, el día de mañana, tendrás algún derecho sobre ella.

-Lo sé, señor. Papá ya me lo dijo.

-¡Que no es tu padre! Y ya podría haberse aplicado el cuento...

Basta. ¡Basta! ¿Qué estaba haciendo? No lo había llevado a cazar para discutir con él. De hecho, tampoco lo había llevado consigo para la caza...

-¿¡Por qué insistes tanto en que no son mi familia!? ¡Eso ya lo sé: no somos nada! Al menos, no de sangre, pero... Para mí, son los hermanos con los que he crecido... El padre que cuida de mí... ¿Por qué... por qué tendría que negarlo y quedarme solo...? Total, en realidad, ¿quién eres tú?

-Según parece sí que soy tu padre... Pero hasta ahora no he tenido tiempo de poner eso en práctica. Después de todo, lo único que sabía de ti es que habías nacido. Y luego no pude saber más.

-¿Por qué?

-Porque estaba muerto. Todavía no va un año desde que me devolvieron la vida.

-Eso es imposible. Los muertos sólo son muertos.

-Ya. Mira, ¿ves la cicatriz que tengo aquí?

-Aha.

-Ahora mírame la nuca. ¿Ves que hay una casi igual?

-S-sí...

-¿Y sabes cómo me la hice? ¿No te lo imaginas? Pues me la hizo tu papá Mialc con su espada. La lanzó en el momento justo y ¡zas! Me atravesó el cuello con ella. Y la gente no sobrevive a esas cosas.

-Pero... pero tú estás aquí.

-Eso tiene una explicación muy sencilla: los dioses existen, Igrin. Ahora, ¿quieres que te cuente la historia?

Pateó otra cosa, causando otro estrépito. Ya no sabía qué era.

-Como un animal enjaulado.

-¿¡Podrías decirle que deje de destrozar la casa en lugar de quedarte ahí sentado!?

-No me escucha. ¿No lo ves?

-Entonces ve a vigilar a los niños, que yo voy a...

Igrin se abalanzó sobre Mialc, volcándolo de su silla, las garras listas para rasgar su garganta. El rubio se apoyó en una mano para amortiguar la caída, mientras con los pies lo mantenía a ralla. Al final fue su puñal el que terminó amenazando el pescuezo del semibestia, a la par que con las rodillas le inmovilizaba los brazos.

-Lo siento, gato, pero en esto soy tan... No, soy mejor que tú. No he estado tres años muerto.

-Y yo no he estado perdiendo el tiempo follándome a mi novia.

Igrin comenzó a transformarse. El cambio de peso y fuerza desequilibró a Mialc, momento que el tuerto aprovechó para zafarse y hacerse con el puñal, que usó sin demora contra su rival. Mialc logró evitar el golpe fatal, y el puñal sólo se clavó en su hombro. Aún así, gritó de dolor.

-¡Agh!

-¡Quita de ahí, bestia!

La patada de Menalc, débil pero inesperada, fue efectiva.

-No entiendo por qué no sirve mi magia...

-Puta gilipollas...

Igrin se arrancó el parche. Su ojo verde brillaba. El falso azul, también.

-Dioses... Roalk activó Angren...

Mialc taponó la herida con el puñal, aún clavado. Menalc se agachó a su lado para intentar curarlo.

-¡No puedo! ¡No funciona!

-Niña, vas a despertar a los críos.

-Mialc...

-Aparta.

-¡No...!

Igrin empujó a Menalc y ocupó su sitio. De un tirón arrancó el puñal. Lamió la sangre.

-Sabes a mierda, general.

-Gracias. ¿Has comido mucha últimamente, hermano?

-No tanta como tú cuando le lames ese bonito culo a tu putilla.

Menalc enrojeció oyendo la conversación casual de los dos hombres.

-Sí que es bonito; sí.

Igrin desgarró la tela cortada.

-No está tan mal como parece.

Con un suave cántico, una luz pálida salió de sus manos, impuestas sobre la herida, y ésta comenzó a cerrarse.

-Lo estás curando...

-No puedo matar a mi propio hermano.

-¿Y Athinius?

-Llevará un par de meses muerto, no sé. Lo maté a fines del invierno.

-Estará con su diosa.

Los dos hombres se echaron a reír.

-¿Así que sigo siendo tu hermano?

-No por mucho tiempo, bastardo.

-Igrin...

-Mialc.

El semibestia se levantó, henchido de dignidad y orgullo, y salió.

-Mialc.

-¿Qué?

-¿Por qué?

-Por quince años, niña. Quince años. Nunca olvides que, en el fondo, soy un traidor.

Mialc se levantó y salió también.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Bonita vista, ¿verdad?

-Sólo veo la mitad.

-¿En serio? –Asintió.- Entiendo.

Permanecieron en silencio, apoyados en la barandilla del porche, observando la noche.

-¿Cómo puedes ser tan hipócrita?

-¿Qué?

-“Hermano”.

-Nunca dejé de verte como tal.

-¿Ni al matarme?

-Era tú o nosotros.

-¿Y cuando te tiraste a Nedda?

Mialc no respondió.

-No sólo te la tiraste, sino que la dejaste preñada. ¿Y quién tuvo que hacerse cargo?

-Ella lo pidió.

-Él nunca me lo perdonó.

Silencio.

-Al menos es una niña bonita.

-Y se lleva muy bien con tu hijo.

-¿Mi hijo?

-Generalmente les ponía el nombre en honor a sus madres, pero él era tan parecido a ti...

-Se llama Igrin.

-Y su hija se llama Nedda. Pero antes de darme cuenta, cuando empecé a vivir con ellos, ya les había dado vuestros apodos.

-¿Y cómo se llama el hijo de tu novia?

-Aún no hemos tenido, pero se intenta. Se llamará Mialc.

-Como tú.

-Como yo.

-¿Cómo se llamaba ella?

-¿Quién?

-La madre de... mi hijo.

-Mirna.

-Puta suerte.

-Por cierto.

-¿Qué?

-Aún tienes... la cicatriz.

-Qué bien. Así no te olvidaré nunca, hermano.

-Le diré a la mujer que te prepare una cama.

Mialc volvió al interior de la casa.

Apoyado en la barandilla del porche, Igrin lloró.

Detuvo su andar de manera abrupta. Se daba cuenta, admitiéndolo al fin para sí mismo, de que estaba cansado. Su vida en los últimos meses había sido caótica, extraña y, a la vez, repetitiva. Como si siguiera un ciclo, una ruta marcada: ocasionalmente se encontraba con alguien, se acercaba a esa persona, algo terminaba destruido, bien fuera la otra persona, bien fueran sus costillas, bien fuera su cabeza. Especialmente su cabeza. Y entonces se separaban para no volver a verse más, aunque estaba seguro de que algunos seguirían oyendo sobre él, cosa de la que ya estaba cansado. Muy cansado. Su viaje ya sólo consistía, al parecer, en arrastrarse de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, encontrando problemas o causándolos, rompiéndole las costillas a alguien o siendo rotas las suyas por alguien medio desconocido.

Recordaba al tal Powelki. Nunca supo su nombre y, sin embargo, el tipo le había pegado una paliza. Y por los aires que se daba, debía de trabajar para Kieth... Otro igual. Aún recordaba el profundo terror que lo había invadido ante él, y lo furioso que se había sentido después consigo mismo. “Miedo al dragón”, lo llamaban. Malditos dragones. Porque eso sí lo sabía, de manera instintiva lo sabía. Él odiaba a los dragones desde hacía mucho tiempo. Y la dama Mitsedraefel tenía algo que ver en todo ello... pero no por Kieth. No era Kieth el dragón al que siempre había odiado, era alguien más. Pero su mente no le dejaba llegar más lejos. Y siguió recordando.

¿Cómo se llamaba aquella muchacha que lo había cuidado tras el asunto con Powelki? Esa que tanto lo admiraba, aquella tan odiosa, tan inútil. Tan crecida en aspecto y tan infantil en su mente. Tan enferma. Le recordaba, en cierto modo, a aquella que lo había cuidado después de lo de Athinius.

Ah, Athinius... Qué lejos quedaba todo eso ya. Entonces aún era invierno, y ahora faltaban sólo unas semanas para la llegada del verano. De hecho, probablemente el verano ya habría llegado cuando él acabara su misión.

Entonces moriré. Ishnaia me matará por mancillar la joya, o moriré cuando Angren termine de devorarme.


Morir. Como había muerto Alina. Patética, estúpidamente. Así moriría él. Aunque quizá fuera bueno morir. Tener conciencia de haber resucitado era horrible. Tener dos almas era una tortura constante, casi mayor a la de renunciar al sueño. Una parte de él deseaba liberarse, correr, huir, disfrutar. La otra anhelaba volver al descanso eterno, volver a perderse en la inmensidad del mundo, dondequiera que él hubiera ido a parar antes. Si pudiera se abandonaría a la bestia, pero Angren se lo impedía. La racionalidad de la magia de aquella joya divina era una maldición para su naturaleza retorcida, errada. Estaba seguro que, de haber sido Yoiko el que lo portara, no habría tenido ningún problema. Después de todo, Yoiko estaba bien hecho, a diferencia de él.

Recordar a Yoiko suponía recordar a Mithrael, y recordar a Mithrael suponía recordar, o intentarlo al menos, todo lo que se refería a su pasado. La peliazul le había advertido sobre el peligro que Angren era para su vida, para su existencia. Pero, más importante que eso (¿por qué más importante?), le había hablado sobre su muerte. Ella había sido partícipe, y sus amigas y su hermano y alguien más. Y lo había enviado junto a Roalk para que le contara toda la historia, pero aquella... aquella maldita bruja mal follada no le había dicho absolutamente nada. Sólo un nombre, y que alguien, otra persona cuyo paradero no podía asegurarle, era su verdadero asesino. Y lo había dicho de tal forma que parecía ser algo terriblemente importante. Pero la muerte de Ryava la había hecho enfadar, y había decidido no colaborar. ¡Bien! Tampoco era tan importante si, a fin de cuentas, iba a morir de nuevo en poco tiempo.

Pero sentía que tenía que averiguarlo. Si lo hacía podría librarse de la maldición de Angren, de la maldición de Narae que había caído sobre él. Podría, incluso, vivir...

Sacudió la cabeza, molesto. ¡Esperanzas! ¡Ilusiones! ¡Intentaba engañarse a sí mismo como algún tipo patético! ¡Como Dariel! ¡O Baryl! Gentuza sin nada que hacer más que incordiar a los demás, amargar su existencia con su insistencia, sus preguntas y su vacuidad mental. Bueno, quizá Dariel no tanto. Y Baryl tampoco. Pero alguien a quien había conocido era así. No tenía ninguna duda al respecto.

Y, otra vez, volvió al ciclo acostumbrado, dando tumbos de una villa a otra, de un pueblo a otro. Pueblo, pueblo. Éste era más bien grande para ser una villa, pero de lejos se notaba que era sencillo, pobre. Con suerte habría un albergue donde pedir alojamiento para la noche. Aunque tendría que buscarlo, y buscar bien. Quizá incluso tendría que preguntar. Y temía por la integridad del disfraz mágico que le había regalado Alempheius.

Ah, sí. Ese era el cretino que tan estúpido le parecía, y tan odioso. Si pudiera, volvería a romperle la nariz. Después de todo, siendo mago, seguro que ya se la había arreglado.

Suspiró. Estaba cansado. Seguía cansado. Cada vez estaba más cansado. Necesitaba una comida de verdad, y dormir. Ocho, diez, quince horas. Un día entero.

Todo es obra de Angren.

Por las calles del pueblucho no había demasiada gente. Había viejos, había críos jugando aquí y allá, levantando polvo, tirando barro. Los ancianos les decían algo, los niños seguían a lo suyo. Sintió deseos de reventarles la cabeza a los niños.

Es por Angren.

Avanzó con tranquilidad, mirándolo todo, como buen viajero que era. Con una espada al cinto y el saco a la espalda quizá parecería un mercenario, un aventurero. Quizá, si Arti lo viera, se sentiría inspirada para hacer una historia distinta a las que acostumbraba. Aunque, quizá, con la barba descuidada, el cabello largo y sucio, y el parche en el ojo izquierdo, más parecería un náufrago que otra cosa. Pero no, porque ya nadie lo veía así, a menos que fuera un mago.

Nadie podía saber quién era en realidad. Ni siquiera él mismo.

Necesitaba encontrar el albergue, rápido. Necesitaba dormir. Dormir y no despertar. Dormir y desaparecer. Vio a una mujer salir de una de las casas. Decidió acercarse a ella para preguntarle.

-¡Kuroi! ¡Sei! ¡A casa, a comer! ¡¡Kuroi!! ¡¡¡Sei!!!

La mujer alzaba la voz. Kuroi. Sei. Él conocía esos nombres. Él conocía bien esos nombres. Él era Kuroi.

Quería pegarle a esa mujer.

Angren.

Se acerco a ella, rápido. Rápido. Más, más, más rápido, corriendo, corría, junto a ella, la sujetó por el brazo, la hizo girar, la miró a los ojos. Demente.

Yo soy Kuroi.

-Eh... ¿Estás bien? –Pelirroja. Ojos azules. La había visto antes.

-¡Señora!

-¡Suéltala, imbécil!

Dos niños se acercaban, corriendo. Tendrían unos diez años. Un chico y una chica. Ella, albina en apariencia. Él, pecoso y de cabello castaño claro. Sin necesidad de verlo supo que tenía los ojos verdes.

Él es Kuroi. Se llama así por mí.

Miró a los niños fijamente, impasible. Los niños se detuvieron ante ellos, mirándolo fijamente, furiosos. Él niño más que la niña.

-¡Suéltala, idiota!

-¡Deja en paz a la señora!

Los niños intentaron darle puntapiés, agarrar a la mujer de una mano y liberarla de su captor, pero él era más hábil, más rastrero, y se escudaba en la mujer.

-Tranquilos, chicos –habló entonces ella, en un tono tan relajado que no parecía afectada en absoluto.- Id a comer, que yo ya entraré. Vuestro padre os espera dentro.

-Pero...

-En serio. Entrad.

A regañadientes, los niños obedecieron. La mujer no se movió. Esperaba.

-¿Necesitas algo? –Preguntó al fin, cuando estuvo segura de que los niños no iban a escuchar.

-¿Quién coño eres?

-¿Eh?

-Te conozco. Dijiste mi nombre. Exijo saber quién eres tú y por qué demonios lo sabes. Por qué ese crío se llama igual que yo.

-Perdona, pero... ¿qué te ha pasado en el ojo?

El ojo. Ella lo veía. Lo veía. Era hechicera.

-¡¡Dime quién demonios eres!!

-¿...Igrin?

La soltó al oír su nombre, su verdadero nombre. ¿Por qué se había obsesionado tanto con lo de Kuroi? Ese no era su nombre, eso era sólo un apodo que Zemath le había dado años atrás cuando... cuando...

Cuando estaba vivo.

Se giró. Lo vio. Habían pasado tres años desde la última vez, pero él no había cambiado. Seguía siendo igual de alto, igual de moreno, igual de fuerte, rubio de cabello, gris de ojos. Gris acero. El general de acero.

Él era, o había sido, el gato negro.

-Mialc, ¿por qué...?

-¡Hijo de puta! ¡Tú me mataste, hijo de puta!

11.10.09

44

-¿Qué vas a hacer ahora?

-Seguir mi camino.

-Ya veo...

-¿Qué?

-Nada. Espero... Espero que todo te vaya bien.

-¿En serio?

-¿Por qué te extraña?

-...Eres la primera persona que me dice algo así.

-¿No debería?

-Es cosa tuya lo que dices o dejas de decir.

-Ciertamente. Y te doy las gracias, así que con más razón lo digo.

-¿Gracias?

-¿También es la primera vez?

-No estoy seguro...

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Habían tenido que esperar el día entero. Desde la salida hasta la puesta del sol. Igrin lo había decidido.

-¿¡Por qué!? –Había gritado Alina, indignada, mientras se preparaban.

-Porque un castigo igual no le vendrá mal, y eso hará más fácil las cosas.

-Pero... El cepo...

-Es el mal menor. Ahora cállate y céntrate en lo que importa.

Alina había obedecido. De hecho, parecía dispuesta a obedecer en todo a Igrin desde que éste se ofreciera a ayudarla a salvar a Yghart. Su cambio de actitud era, cuanto menos, sorprendente.

Segunda sorpresa en dos días. Una y una.

-Ten –le había dicho Igrin antes de que salieran.

-¿Y esto?

-¿Eres ciega?

-Sí, es una daga, eso ya lo sé. Pero, ¿por qué me la das?

-Para el peor de los casos. Métela bajo la falda, entre las tetas, en las mangas del vestido... no sé, tú verás. Pero llévala.

-Está bien.

Y así habían partido.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-¡Es horr...!

Una mano en la boca.

-Shh... No llames la atención. Limítate a mirar.

-¡Hmph!

-Sé buena. ¿No ves cómo Yghart nos ignora?

-Hmm...

-¿Vas a estarte calladita?

-Hmh.

-Bien.

Libertad.

Alina respiró y miró a Yghart. Luego apartó la vista y miró el suelo. Luego alzó los ojos mientras contaba hasta la centena para no comenzar a despotricar.

Los días de mercado, en comparación, la plaza estaba limpia, ordenada y vacía. Ah, y perfumada. Desearon que algunas de las cosas por allí tiradas entrasen en la clasificación de “comida podrida de tenderete”. Al menos, con la caída del sol, la gente iba desapareciendo por las diversas calles.

-No puedo más, Igrin...

-Cuando sólo queden los guardias, Arti.

-¿Arti?

-Alina. Quería decir Alina.

-Ah.

-Bien.

Esperaron. Yghart sólo podía estar arrodillado, y su largo cabello, que cubría su rostro como una lona, se veía pegajoso y sucio por la cantidad de escupitajos y otras sustancias de las que había cubierto al eunuco. Su imagen era patética.

Oscurecía más lentamente de lo que Alina hubiera querido. La gente se iba más aprisa de lo que Igrin había calculado.

Algunos niños jugaban con los restos de basura del suelo.

-¿Recuerdas el plan?

-Sí.

-Buena chica.

-Deséame suerte.

-Bah.

Alina se acercó a los guardias.

Sus rodillas no la sostuvieron. Cayó ante ellos.

-Por favor, señores... –Imploraba.- Por favor, perdonen a mi amigo.

-¿Tu amigo?

-¿Eres tú la puta que estaba con él?

-¡No! Todo es un terrible malentendido que, si me...

-No hay nada que escuchar, basura. Ahora lárgate si no quieres compartir su destino o ir a otro peor.

Sé sincera con ellos, le había dicho Igrin. Diles lo que sientes, lo que estás dispuesta a hacer por salvar a Yghart. Ese era el plan.

Estaba dispuesta a seguir hasta el final.

-¿Y si tomara yo su lugar?

-No.

-¿Y si hiciera yo cualquier cosa para pagar su precio?

-¿Tú? –El guardia que tenía delante la miró.- Me pregunto si vales lo suficiente.

-Puedo intentarlo, y si no...

-Si no, le cortamos las manos igual, y os jodéis los dos.

Los guardias comenzaron a reír descontroladamente. Alina se levantó como pudo, lágrimas recorriendo su cara. El metal brilló en su mano.

Clack.

Igrin abrió el candado.

Yghart era libre.

-¡El prisionero se escapa!

-¡Ni se os ocurra!

-¡Alina, nos vamos!

Alina atacó al guardia armado. El hombre se defendió.

Acero opaco al atardecer.

La plaza, alfombrada con basura, olía a podredumbre.

-Yghart...

Igrin gritó su nombre.

-¡ALINA! –Oyó decir a Yghart.

No lo entendía, pero estaba furioso. Antes de darse cuenta tenía debajo el cuerpo del otro guardia, y no podía dejar de golpearlo, desesperadamente, frenéticamente. Ni siquiera sabía qué sangraba, si sus manos o la cara del hombre, o si las astillas de huesos eran suyas o del otro. No sabía nada. Sólo golpeaba.

-¡FUERA, IGRIN! –rugió Yghart.

Rugió.

Igrin corrió hasta Alina, su cuerpo inerte. La quitó de en medio.

Una violenta llamarada quemó un tramo de la plaza, y los cuerpos de los guardias con él. Sombras pintadas en el suelo con forma de hombres.

-Alina...

Yghart se acercó a Igrin, A Alina, y abrazó a la chica. Aún estaba consciente, aún sostenía la daga de Igrin. Pero sus intestinos asomaban por su vientre cortado.

-Tenéis que iros, Yghart... Tenéis que iros.

Soltó la daga.

-Alina...

Yghart hundió la cabeza en el cabello de ella. Igrin recogió su daga.

-Sabes que tiene razón.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Nunca hubiera pensado que fueras un dragón. Aunque, la verdad, ahora tiene más sentido.

-No estudié en escuelas de magia. Sé lo que aprendí en casa.

-Entiendo. ¿Y ella?

-Conocida de su infancia. Su hermano mayor y yo fuimos amigos, cuando ella no había ni nacido. El resto...

-Así que por eso un castigo tan severo. Los dragones siempre tenéis que estar hechos y derechos.

-Algo así. Pero ella siempre se sintió culpable.

-La amabas.

-La amaba.

Silencio.

-Pero ella no me amaba a mí. No podía.

-¿Te quería como a un hermano?

-Soy un hombre, y ella me quería como quería a cualquier hombre.

-¿Prefería...?

-Sí.

-Vaya, qué duro. ¿Y dónde la dejarás?

-No lo sé. No pienso ahora en ello.

-Supongo; es normal.

Otra vez silencio. La noche reinaba.

-Así que, Igrin...

-¿Sí?

-¿Qué vas a hacer ahora?

-Seguir mi camino.

*************************************************

Próximamente: Interludio III -45 a-. Último interludio antes de la cuarta temporada y... el final.

26.9.09

43

Era extraño. Después de tanto tiempo juntos, Alina había conseguido sorprenderlo con la actitud que había adoptado. Y todo porque Yghart no estaba. Sólo por eso.

Él no pensaba cuidarla.

-¿Vas a quedarte ahí tirada por la eternidad? Al menos apártate para ver si hay algo de valor que pueda llevarme.

-No... Déjame en paz.

Así estuvo el día entero. El día después de la detención de Yghart. Detenido por jugar a disfrazarse. Era, otra vez, culpa de ella.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Acompáñame.

-¿Qué?

-Acompáñame. Ayer no te fuiste y comiste de nuestras provisiones. Ahora, paga.

-¡Vaya...! Y yo pensando que seguirías llorando por tu amiguito...

-¿Estabas preocupado por mí?

-En absoluto.

-Ya. Sólo necesitaba desahogarme para poder hacer algo hoy.

-¿Por ejemplo?

-Salvar a Yghart.

-Y quieres que yo te ayude.

-¿Lo harías?

-No.

-¿Ves?

-¿Entonces?

-Dije que me acompañaras, ¿no? Nada más.

-Ya.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

El mundo era un lugar extraño. Seguía igual que dos días atrás en el exterior, aunque en el cuartucho de los ladrones todo se estuviera desmoronando... metafóricamente hablando, claro.

Lalythe daba un espectáculo en la plaza. Mucha gente se había reunido para verlos. Ellos también fueron.

Música y bailes, malabares, payasos, comedia, bufones, enredos, engaños. Todo era perfecto, salvo su estado de ánimo. El de Alina. Y, a pesar de todo, sonreía. Tenía una boca grande, llena de unos dientes pequeños y bonitos.

Igrin echó unas monedas por los dos al término del espectáculo. Luego la siguió en silencio mientras pudo.

-Vas a pedirles ayuda.

-¿Qué tiene de malo?

-No estoy seguro de que sea tan bueno.

-Que usted, señor “maestro del crimen”, sea un cabrón y un hijo de puta, no significa que todos los del gremio vayan a ser iguales.

-Seguro.

-¿Cuál es tu alternativa, entonces? Porque no soy tan estúpida como para pensar que puedo hacerlo todo sola.

-Lo sé.

-¿Entonces?

-Conmigo tendrías suficiente para liberar a Yghart y ayudaros a huir.

-Pero no me ayudarás.

-Si dejas que te folle, lo haré.

-Ni queriendo podría.

-Pues cómemela un rato con esa boquita.

-No.

-¿Por qué tan fría? ¿Quizá porque sigues siendo virgencita?

-Si te vale eso como respuesta, entonces sí.

-No; no me vale.

-Pues entonces porque no me pones. Sencillamente no eres mi tipo.

-Qué lástima, entonces. No podremos hacer el trato.

-Sí. Qué lástima...

El campamento de Lalythe estaba a las afueras. Había cuatro carromatos en torno a los artistas, que a su vez se habían reunido en corro en torno a una hoguera. Allí reían, hablaban, bromeaban y comían. Igrin convino con su estómago en que extrañaban una buena cena.

Alina se adelantó. Paso rápido primero. Carrera al final.

Se detuvo frente a una mujer anciana, hermosa pero gastada, que se apoyaba en la rueda de uno de los carromatos.

-Usted es Lara, ¿verdad? –Asentimiento. Alina se arrojó al suelo.- Por favor. Se lo suplico. Ayúdenos a mi amigo y a mí.

-¿El pelirrojo es tu amigo? –Negación.- Entonces, ¿quién?

-Mi amigo... Fue capturado anoche por la guardia.

-¡Ah! ¡La falsa prostituta! –Sonrisa.- ¿Por qué pides eso? Para fingir orgasmos ya tengo a mis niñas actrices.

-No; no es eso...

-¿Es que quieres que os enseñen? Será difícil mostrarle eso a un mediohombre...

-¡No! Yo... ¿Me ayudaría a liberarlo?

-¡Ah...! No, ni hablar. ¿Bromeas, niña? ¿Quiénes te crees que somos, una banda de delincuentes? No, no, no. No queremos problemas con la justicia, y menos por unos desconocidos. Si fuera uno de mis niños... Pero no. Ahora, largo de aquí.

-¡Pero nosotros queremos unirnos al grupo! Hemos... Hemos estado entrenando, aprendiendo cosas nuevas, y hasta somos conocidos... Todo, esperando su llegada.

-¿En serio? No me di cuenta, y eso que estuvimos oteando en busca de nuevos miembros, pero no hayamos más que basura, cada cual peor que el anterior.

-Pero nosotros...

-...Además: para tener la más mínima posibilidad habrías tenido que oír hablar del Corazón, pero apuesto a que no es así.- Negación.- ¿Ves? Y eso es porque nosotros no aceptamos voluntarios; sólo lo que nuestros sentidos descubren bueno.

-Menuda mierda acabas de soltar, vieja puta. ¿Será que has tragado tantas pollas en tu vida que tienes más leche que seso?

Igrin avanzó hacia ella, y cinco hombres avanzaron hacia él. Un gesto de Lara bastó para que se detuvieran. El semibestia se paró junto a Alina. Sonreía.

-¿Puedo saber a qué debo el honor de tantos insultos gratuitos, Cabeza Caliente?

-Al rollo de “somos buenos” y “el Corazón...” y demás mierda que escupes como puta retirada.

-Ah, ¿sabes algo tú del Corazón, quizás?

-Sé que el Rion de Pharan no lo tienes tú ni ninguno de tus bastardos. Y nunca podrías tenerlo, tocarlo, o tan siquiera verlo.

-¿Y cómo estás tan convencido de ello?

-Porque conozco el Angren de Narae, y el Phai de Quangdú.

Lara hizo un gesto, y su cabeza rodó por el suelo en el instante en que los cinco hombres volvieron a moverse. Así que volvieron a detenerse un momento. Y luego volvieron a cargar.

-Gracias, gracias. –Esquivar, esquivar. Estocada. Sintió, otra vez, la sangre sobre él.- Mi niña tenía hambre, y en dos días se está hinchando...

Al tercer cadáver los tres restantes se detuvieron. Igrin aprovechó para limpiar su cimitarra con la ropa de Lara.

-Dejad que corra la sangre de una vez. Limpiad esta mierda que sois. Ya os hace falta alguien joven organizándolo todo, y no una maldita vieja anticuada. Ahora, si me permitís...

Alina gritó cuando, por no levantarse, Igrin comenzó a arrastrarla por el suelo, agarrándola del pelo. Nadie los siguió.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

El cuarto era opresivo, oscuro, pero seguro. Igrin lavaba su ropa sucia y ensangrentada en un barreño mientras Alina lloraba, desesperada. Agua y agua.

-Es que eres estúpida. Era cosa de usar la cabeza. La puta tenía razón, y lo sabes.

-Yghart...

-Sí, sí. Así haces mucho. ¿Sabes qué es lo más divertido? Que estabas tan concentrada en tu discurso y tu fracaso que no te fijaste en lo importante.

-¿Qué...?

-Que la puta sabía de Yghart mucho. ¿Y sabes por qué? Porque se ha corrido la voz de que mañana estará el día entero en el cepo, y al final del día le cortarán las dos manos, ya que no se puede hacer otra cosa por él.

-¿¡Qué!?

-Así que te ayudaré.

-Pero...

-Y me cobraré lo mío. Puedes estar segura de ello.

Silencio. La tela y las manos hacían un ruido relajante al mover el agua.

-¿Por qué la mataste?

Alina comenzaba a volver en sí.

-Porque me resultaba conocida.

-Ese no es un motivo.

-Ya ves que para mí sí.

-¿E Yghart? ¿También cuenta como conocido?

-¿Quién?

Alina sonrió. Con boca pequeña.

8.7.09

42

Al principio las cosas habían funcionado. Al principio. Incluso Igrin había puesto de su parte, y las cosas habían ido más o menos bien, o mejor que antes, al menos para Yghart y Alina. Lo que había pasado, realmente, no tenía nada que ver con él. No lo había provocado. No lo controlaba. De hecho, de haber podido, hubiera intentado evitarlo. Pero no dependía de él.

Era una historia que le sonaba.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-¡Al fin! ¡Al fin! ¡Hoy es el gran día!

-¿Hoy?

-Hoy llegan a la ciudad. Bueno, realmente llegaron ayer, pero hoy es su primera función.

-Los algos de Emet, esos, ¿no?

-Hijos de Emet... Bueno, Lalythe. Se presentan a sí mismos como Lalythe, que es la versión corta del nombre.

-¿Y cuál es la versión completa?

-“La Asombrosa Lara y los Trotamundos Hijos de Emet”.

-Joder. Qué coñazo de nombre.

-Por eso. Mejor llámalos Lalythe.

-Sí, lo que sea. Muy guapa, Yghart. Y tú también, zorra barata.

Igrin había adoptado esa forma para dirigirse al par de ladrones. A él lo trataba como si fuera una mujer, y para ella el apelativo “prostituta” era el más suave. A cambio, Yghart no le hablaba, dando a entender que no se daba por aludido, y Alina contestaba a todas las provocaciones con amenazas e insultos.

-Dad una vuelta, así. Que os vea el chulo que os va a vender, par de perras.

-Me siento tan halagado, viendo que, de algún modo, alguien empieza a apreciar mis habilidades alquímicas...

-Sí, sí. Cierra la boca, Yghart, hasta que te pidan que chupes algo.

-A ver si el que va a comer vas a ser tú, hijo de puta, y te vas a tragar tus propios dientes.

El semibestia se echó a reír.

-Venga, Alina. Vamos a que te hagan una mujer, y por el camino me contáis de qué coño va la mierda esa de Lalythe.

Abandonaron el cuartucho en silencio. Los dos ladrones se cubrían desde los hombros con pesados chales, claramente exagerados para el tiempo que hacía, claramente necesarios vistas sus vestimentas.

Se encaminaron hacia la plaza.

-Los Hijos de Emet son un grupo de... artistas ambulantes.

-¿Payasos?

-Y músicos, actores, malabaristas... Hacen de todo. Van de pueblo en pueblo, con permiso, claro, y hacen su espectáculo.

-Sin cobrar nada.

-Payasos gratuitos. Esa es nueva.

-Sí, bueno... No. No son gratuitos.

-A ver, menos adivinanzas y más explicaciones.

El eunuco miró a su alrededor, comprobando que no había nadie. Asintió con la cabeza, y Alina contestó en susurros.

-”Lalythe”, en la lengua antigua, significa “ladrón”. Son ladrones. Y mercenarios.

Igrin enarcó una ceja, sonrió, y miró a Yghart. No parecía creer lo que oía.

-Y yo soy tuerto y me buscan en dos continentes, no te jode.

-Tampoco exageremos.

-¿Y cómo llegasteis a esa conclusiión?

-Estuve veinte años estudiando en la iglesia antes de acabar... así.

-Ya...

Llegaron. Un pequeño escenario había sido levantado en el centro de la plaza y la gente, curiosa, comenzaba a agolparse a su alrededor, esperando a ver qué pasaba. Una gran pancarta anunciando el nombre del grupo coronaba la tarima. Los dos ladrones y el tuerto lo miraron, ellos asombrados, Igrin con desdén.

-¿Y ahora, qué?

-Veamos el espectáculo.

-¿Qué haréis vosotros para que os acepten?

-Demostrar lo que valemos.

-Si es que de verdad servís para algo...

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Ya era de noche.

La ciudad estaba tranquila. Asombrosamente Tranquila. Igrin la admiraba, siendo esa su primera salida nocturna desde su llegada. Todo otro movimiento lo había ejecutado bajo la luz del sol.

La ciudad era hermosa en la quietud de la noche. Como hermosas eran las dos mujeres que lo acompañaban.

Él observaba en silencio, desde lejos. Debía esperar.

-Eh, preciosa, ¿me haces compañía?

-Depende, ¿qué tan sólo te sientes?

Yghart se desenvolvía mejor que Alina, lo cual era preocupante. ¿Resultaría ser verdad que el tipo era un atravesado? ¿Y por qué demonios le costaba a ella seducir a un hombre? Sólo faltaba que tampoco Alina fuera lo que aparentaba.

Devolvió sus ojos a la escena.

-Tan solo, tan desesperado que... no me bastaría sólo un rato con tu amiga y contigo. ¿Por qué no la noche entera?

-Nuestro tiempo es muy valioso...

-¿De verdad?

-Sí, porque... somos artistas, y siempre tenemos que perfeccionarnos.

-Me imagino... Y me gustaría probarlo.

Había algo raro. Lo notaba. Pero no podía intervenir.

Yghart se acercaba a la presa. Alina mantenía la mirada baja, como tímida, lo cual aumentaba su encanto. Pero un abuso de actuación podía causar que el hombre perdiera el interés en ella.

No podía intervenir. Él sólo tenía que guiarlos.

El hombre se acercó a Yghart, rozando sus cuerpos sobre la tela. Ambos sonreían.

Pero la mueca del hombre se torció.

-Estás arrestado, maldito enfermo.

-¿Qué?

Igrin entendió.

-¡Alina, vete!

-Pero...

-¡Corre, Yghart!

-¡Vamos, Alina!

Intentaron huir, pero el hombre estaba demasiado cerca. Agarraron a Yghart por la manga del vestido, y Alina se detuvo al ver que su amigo era capturado.

-¡No!

-¡Maldita sea, zorra inmunda, muévete de una puta vez!

-¡Yghart!

Más hombres aparecieron, rodeándolos. El que antes había intentado negociar con ellos rasgño el vestido del eunuco, revelando su pecho plano, blanco, limpio de vello. Otros dos sujetaron a Alina por lso brazos, inmovilizándola, haciendo que comenzara a patalear.

-La prostitución no está permitida en ninguna región de Aks'atar, a menos que se os haya entregado la tarjeta blanca, que obviamente a un hombre y a una vulgar ladrona nunca les sería falicitada...

Atacó con las dagas. No necesitaba fijarse en nadie, pues su olfato era suficiente guía. La sangre que manó el cuello de los captores de Alina lo bañó, tiñó su cabello y su ropa, y la liberó a ella. Pero siguió sin moverse, ahora espantada.

-No...

Y seguían estando en desventaja.

-Se acabó. Nos vamos.

-¡Yghart!

-¡Vete, Alina! ¡Sálvate!

-¡¡YGHART!!

Alina no alcanzó a ver mucho más. Igrin la levantó como un fardo, echándosela al hombro para poder subir a los tejados, mientras los guardias disfrazados rodeaban a su amigo, poco a poco, lentamente. Una enorme sombra humana que nubló su visión.

Y perdió el conocimiento.

22.6.09

41

Yghart y Alina vivían en un cuchitril de los suburbios, algo que ni siquiera podía ser llamado “casa”, pues no era más que una mugrosa habitación con un montón de paja en un rincón, y arcón de madera ya podrido y algunos sacos agujereados. Ni siquiera había rastro de que pudieran guardar comida ahí.

-Se nota que no pagáis nada por esta mierda –había comentado Igrin al verlo, sonriendo burlón.- Hasta yo he vivido en antros más decentes.

-Gracias –había sido la educada respuesta del eunuco.- Aunque no nos quejamos. Ya sabes, donde está tu hogar...

El semibestia había sonreído ampliamente y, de un salto, se había plantado en un rincón del cuarto. Luego golpeó con fuerza una tabla del suelo, rompiéndola, y revelando el hueco lleno de monedas que se ocultaba debajo. Eran casi todas de cobre, pero la cantidad, probablemente, igualaba el peso de los tres juntos.

-Menudo par de putas retorcidas que estáis hechas. ¿Que coño hacéis sin gastar esto?

-Ese es nuestro certificado como hijos de Emet –respondió Alina, cruzándose de brazos.- Dudo que alguien antes que nosotros haya podido presentar mejores credenciales.

-Pero si aún no lo habéis usado.

-No...

-Entonces no sois más que un par de imbéciles que pierden el tiempo jugando a ser ladrones.

-¿Entonces, qué? ¿Vas a darnos clases particulares?

Todo aquello, la visita a la habitación y la conversación, había ocurrido la tarde anterior, recordaba el tuerto. Y él, mientras tanto, manchado de sangre tras la pelea, había tenido que resignarse a no comprar sus provisiones y esperar un día más.

Y ahora estaba allí, esperando su turno, paciente. Con lo mal que se le daba a él todo eso.

Avanzaba un paso. Se detenía.

Otro paso, dos, se detenía.

Un paso.

Otro.

Esperar.

Más.

Un poco.

Su turno.

Alargó el brazo. Sonrió como solía en aquellos casos. Habló clara y educadamente. Todo fue perfecto.

-¿Cuánto cuestan siete raciones de carne en salazón?

-¿E’ usté viajero? Die’ monea’ la pieza, zi compra cinco ze lo dejo en cuarenta, y do’ má’ zerían zezenta. Zezenta monea’, mushasho.

-¡Eso es un robo!

-¡Roba tu padre, jueputa! ¡Yo cobro lo que vale la ración!

-Lo siento, pero si no baja usted un poco el precio, yo...

-Ocho monea’ ca’ ración. A ezo te lo bajo.

-¡Eso no es un descuento!

-¡Ve a llorarle a la puta ‘e tu madre!

-Visto que no podemos entendernos, será mejor que me retire.

Dio media vuelta, bruscamente, y chocó con alguien. Ese alguien lo empujó, haciéndolo caer sobre el puesto, desparramándolo todo, haciendo maldecir de forma ininteligible al tendero.

-¡Tuputamadre, maricón ‘e mierda! ¡’Cagoenlamadrequeteparió! ¡No quie’ pagar y me dehtroza el negocio! ¡Recógelo tó, maricón! ¡Y me paga’ lo’ dehperdicio’!

-Se dice “desperfectos”, y ni que fuera adrede. Si el Hijo de puta este no me hubiera empujado...

-¡Hideputa tu abuela y tu padre, que te violaban de crío!

-¿¡Ah, sí!? ¡Guardias! ¡¡Guardias!!

-¡No haga’ ezo, mushasho! ¡Deja a lo’ guardia’ en pa’! Amo’ a arregla’ ehto entre nozotro’...

El tendero lo intentó, es un hecho. Pero no con suficiente ahínco, porque en seguida los dos ofendidos y ofensores comenzaron a golpearse, el uno al otro, usando lo que encontraban a mano, que venían a ser las piezas de carne de aquel puesto del mercado. Era el caos del segundo día.

-¡GUARDIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!

Los guardias corrieron hacia la zona de la trifulca, pero cuando llegaron solo encontraron a un comprador descontento, cubierto de restos de carne, sal y sangre, con claras magulladuras en el rostro, y con intención de salir corriendo, en busca de pelea, de un momento a otro. No había rastro de su agresor.

-¡Ese hijo de puta se ha largado! ¡Suéltenme! ¡Tengo que ir a reventarle los...!

-¡A callar! –Gritó uno de los guardias, probablemente el jefe de la patrulla.- ¿Por dónde se ha ido?

-¡Por ahí se ha escapado el cabrón, como una maldita rata...! Como lo pille...

-Vosotros dos, seguid al tipo ese; no debe ser muy difícil de identificar. Y tú, rata, vas a explicarme qué coño hacías estropeando un puesto del mercado, y vas a ir sacando el dinero para pagar los daños.

-Yo me iba, porque no estoy dispuesto a pagar sesenta cobres por una mierda de carne de rata, ¿entiende? ¡Carne de rata al triple de precio de dos conejos!

-¿Dos conejos...? ¿¡Dónde!?

-En un puesto de por ahí...

-¡Tú! ¿¡No sabes que está prohibida la venta de carne de rata!?

-Zeño’, verá usté...

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-...así que me quedé ayudando al tipo a recoger el puesto con los guardias mirando y luego dejaron que me fuera.

-¿Cómo supiste que era carne de rata y todo eso?

-Dejémoslo en que he visto mundo. Y me ha tocado comer ratas.

-Anda, y a mí, pero tampoco las conozco tan bien como para reconocerla mirando los cuartos traseros.

-Es lo que hace la experiencia.

Estaban los tres en el cuchitril, Alina, Yghart e Igrin, comiendo su pequeña cena: conejo en salazón.

-Bueno, podemos decir de hoy que ha sido un día... educativo –resumió el eunuco.- Hemos aprendido que la mejor forma de robar es dejar que se engañen a sí mismos.

-Más o menos. Aunque lo mejor es contar siempre con un crío. Nada más útil.

-Ah, pero no tenemos niños.

-Pues os jodéis.

Igrin se daba cuenta, con pasmosa claridad, de cómo aquel par de ladronzuelos de mala muerte ahora lo admiraban, y todo por un plan tan simple, tan sencillo, que haría que hasta un mocoso se riera. Sencillamente, Yghart y él tenían que fingir una pelea, y Alina aprovecharía la confusión para vaciar los bolsillos de la gente de alrededor, los curiosos de turno. Habían tenido suerte, y con las ganancias recaudadas habían pagado los honorarios del “maestro” y la comida para unos cuantos días. Pero aún no era suficiente.

-¿Qué haremos mañana? –Preguntaba Alina.

-Lo mismo que hoy no será, seguro –respondió Yghart.- No es una treta que se pueda repetir, ¿verdad?

-Claro que no, gilipollas. Los trucos repetidos cantan a leguas, y a vosotros ya os conocen las caras. Mañana vais a ir vosotros dos solos, y vais a aprender a disfrazaros.

-¿Disfrazarnos...?

-Sí. Como yo.

-¿Tú...?

-Es una historia larga. –Igrin terminó de arrancar la carne de un hueso y, tras pensárselo un poco, decidió tirarlo lejos de sí.- Tú, marica sin polla, sabes hacer algo de magia, ¿verdad?

Yghart levantó las cejas al oír su nuevo apelativo. Alina respondió escupiéndole en la cara al nuevo.

-Un poco más de respeto, imbécil.

-Yo no he mentido: a él, de crío, le molaba tu hermano, así que le cortaron el rabo. ¿Me equivoco?

-Serás...

El eunuco, incapaz de contenerse, comenzó a reír a carcajadas. Con el puño apretado, Alina lo miró confusa. Igrin fue el único que no se alteró.

-Bien, no me contestes, que ya me sé yo la respuesta. En lugar de usar tus habilidades alquímicas en esa mierda de trampas, mañana vas a usarlas para hacerte pasar por mujer.

-¿Como cuando tú me confundiste con una?

-Más o menos, pero bien hecho.

-¿Y yo?

-¿Tú? Tú vas a hacer la calle.

Yghart tuvo que sujetar a Alina antes de que se abalanzara sobre Igrin. Esta vez, el tuerto también se reía.
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