Golpeó, pateó, mordió, arañó e incluso empujó el árbol, descargando toda su furia, su rabia y su frustración, contra él, pero no era suficiente. Necesitaba, quería más, más y más; no podía contentarse con tan poco, y sentía que iba a estallar si no se desahogaba. Extrañaba correr, sudar, cazar, morder... Sí, morder algo de verdad, carne de verdad, carne dura y correosa con la que poder ensañarse a gusto. ¿Y cómo la conseguiría? Cazaría, sí, cazaría alguna cría de animal salvaje y la asustaría, y la mataría en el momento de mayor tensión de sus músculos, y luego lo despedazaría sin perder un segundo y...

Estaba ahí. Lo olió lo oyó llegar. Sentía que sólo estando tras él ya lo invadía el miedo. Y no contuvo su sonrisa.

Sonriente se giró, con sus dientes a medio transformar...

Su tocayo, su hijo, dio un paso atrás, temblando, pero con ojos desafiantes. Tuvo que relajarse. Se obligó a ello.

-¿Qué quieres?

-Me... Mamá quiere saber si vas a comer en casa.

-Esa puta no es tu madre... Ni ese cabrón tu padre, ya que estamos.

-...Ya lo sé.

-¿Qué?

-Ellos... Los demás son todos hijos de papá Mialc, y Menalc es su mujer, no la madre de ninguno de nosotros. Pero papá me contó la verdad, me dijo que mi verdadero papá era un amigo suyo que se llama igual que yo y, visto lo visto, ése serías tú, así que... ¿Vendrás a comer con nosotros?

-No; no iré. Y tú tampoco.

-¡Menalc no me ha dado permiso para salir!

-¿Y me tiene que importar? Vamos, me acompañarás a buscar comida.

-¡No! ¡Suéltame! ¡¡No!!

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

No necesitaba mirarlo no hablar con él para saber que el niño, Kuroi, quería volver. Se habían alejado mucho del pueblo, y probablemente el chico no estaba acostumbrado a eso, no sin “papá Mialc”, “mamá Menalc” o...

-Dime una cosa, chico.

-Me llamo Igrin, no “chico”.

-Igrin soy yo, así que para mí eres “chico”, ¿entendido? Bien. ¿Sueles salir del pueblo?

-A veces, si Menalc nos deja... Sei y yo vamos a explorar. ¡Ah! Quería decir Nedda. Sei es mi hermana Nedda.

Lo sabía.

-Esa chica no es tu hermana, no lo olvides. Pero no pienses que por ello, el día de mañana, tendrás algún derecho sobre ella.

-Lo sé, señor. Papá ya me lo dijo.

-¡Que no es tu padre! Y ya podría haberse aplicado el cuento...

Basta. ¡Basta! ¿Qué estaba haciendo? No lo había llevado a cazar para discutir con él. De hecho, tampoco lo había llevado consigo para la caza...

-¿¡Por qué insistes tanto en que no son mi familia!? ¡Eso ya lo sé: no somos nada! Al menos, no de sangre, pero... Para mí, son los hermanos con los que he crecido... El padre que cuida de mí... ¿Por qué... por qué tendría que negarlo y quedarme solo...? Total, en realidad, ¿quién eres tú?

-Según parece sí que soy tu padre... Pero hasta ahora no he tenido tiempo de poner eso en práctica. Después de todo, lo único que sabía de ti es que habías nacido. Y luego no pude saber más.

-¿Por qué?

-Porque estaba muerto. Todavía no va un año desde que me devolvieron la vida.

-Eso es imposible. Los muertos sólo son muertos.

-Ya. Mira, ¿ves la cicatriz que tengo aquí?

-Aha.

-Ahora mírame la nuca. ¿Ves que hay una casi igual?

-S-sí...

-¿Y sabes cómo me la hice? ¿No te lo imaginas? Pues me la hizo tu papá Mialc con su espada. La lanzó en el momento justo y ¡zas! Me atravesó el cuello con ella. Y la gente no sobrevive a esas cosas.

-Pero... pero tú estás aquí.

-Eso tiene una explicación muy sencilla: los dioses existen, Igrin. Ahora, ¿quieres que te cuente la historia?

Pateó otra cosa, causando otro estrépito. Ya no sabía qué era.

-Como un animal enjaulado.

-¿¡Podrías decirle que deje de destrozar la casa en lugar de quedarte ahí sentado!?

-No me escucha. ¿No lo ves?

-Entonces ve a vigilar a los niños, que yo voy a...

Igrin se abalanzó sobre Mialc, volcándolo de su silla, las garras listas para rasgar su garganta. El rubio se apoyó en una mano para amortiguar la caída, mientras con los pies lo mantenía a ralla. Al final fue su puñal el que terminó amenazando el pescuezo del semibestia, a la par que con las rodillas le inmovilizaba los brazos.

-Lo siento, gato, pero en esto soy tan... No, soy mejor que tú. No he estado tres años muerto.

-Y yo no he estado perdiendo el tiempo follándome a mi novia.

Igrin comenzó a transformarse. El cambio de peso y fuerza desequilibró a Mialc, momento que el tuerto aprovechó para zafarse y hacerse con el puñal, que usó sin demora contra su rival. Mialc logró evitar el golpe fatal, y el puñal sólo se clavó en su hombro. Aún así, gritó de dolor.

-¡Agh!

-¡Quita de ahí, bestia!

La patada de Menalc, débil pero inesperada, fue efectiva.

-No entiendo por qué no sirve mi magia...

-Puta gilipollas...

Igrin se arrancó el parche. Su ojo verde brillaba. El falso azul, también.

-Dioses... Roalk activó Angren...

Mialc taponó la herida con el puñal, aún clavado. Menalc se agachó a su lado para intentar curarlo.

-¡No puedo! ¡No funciona!

-Niña, vas a despertar a los críos.

-Mialc...

-Aparta.

-¡No...!

Igrin empujó a Menalc y ocupó su sitio. De un tirón arrancó el puñal. Lamió la sangre.

-Sabes a mierda, general.

-Gracias. ¿Has comido mucha últimamente, hermano?

-No tanta como tú cuando le lames ese bonito culo a tu putilla.

Menalc enrojeció oyendo la conversación casual de los dos hombres.

-Sí que es bonito; sí.

Igrin desgarró la tela cortada.

-No está tan mal como parece.

Con un suave cántico, una luz pálida salió de sus manos, impuestas sobre la herida, y ésta comenzó a cerrarse.

-Lo estás curando...

-No puedo matar a mi propio hermano.

-¿Y Athinius?

-Llevará un par de meses muerto, no sé. Lo maté a fines del invierno.

-Estará con su diosa.

Los dos hombres se echaron a reír.

-¿Así que sigo siendo tu hermano?

-No por mucho tiempo, bastardo.

-Igrin...

-Mialc.

El semibestia se levantó, henchido de dignidad y orgullo, y salió.

-Mialc.

-¿Qué?

-¿Por qué?

-Por quince años, niña. Quince años. Nunca olvides que, en el fondo, soy un traidor.

Mialc se levantó y salió también.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Bonita vista, ¿verdad?

-Sólo veo la mitad.

-¿En serio? –Asintió.- Entiendo.

Permanecieron en silencio, apoyados en la barandilla del porche, observando la noche.

-¿Cómo puedes ser tan hipócrita?

-¿Qué?

-“Hermano”.

-Nunca dejé de verte como tal.

-¿Ni al matarme?

-Era tú o nosotros.

-¿Y cuando te tiraste a Nedda?

Mialc no respondió.

-No sólo te la tiraste, sino que la dejaste preñada. ¿Y quién tuvo que hacerse cargo?

-Ella lo pidió.

-Él nunca me lo perdonó.

Silencio.

-Al menos es una niña bonita.

-Y se lleva muy bien con tu hijo.

-¿Mi hijo?

-Generalmente les ponía el nombre en honor a sus madres, pero él era tan parecido a ti...

-Se llama Igrin.

-Y su hija se llama Nedda. Pero antes de darme cuenta, cuando empecé a vivir con ellos, ya les había dado vuestros apodos.

-¿Y cómo se llama el hijo de tu novia?

-Aún no hemos tenido, pero se intenta. Se llamará Mialc.

-Como tú.

-Como yo.

-¿Cómo se llamaba ella?

-¿Quién?

-La madre de... mi hijo.

-Mirna.

-Puta suerte.

-Por cierto.

-¿Qué?

-Aún tienes... la cicatriz.

-Qué bien. Así no te olvidaré nunca, hermano.

-Le diré a la mujer que te prepare una cama.

Mialc volvió al interior de la casa.

Apoyado en la barandilla del porche, Igrin lloró.

Detuvo su andar de manera abrupta. Se daba cuenta, admitiéndolo al fin para sí mismo, de que estaba cansado. Su vida en los últimos meses había sido caótica, extraña y, a la vez, repetitiva. Como si siguiera un ciclo, una ruta marcada: ocasionalmente se encontraba con alguien, se acercaba a esa persona, algo terminaba destruido, bien fuera la otra persona, bien fueran sus costillas, bien fuera su cabeza. Especialmente su cabeza. Y entonces se separaban para no volver a verse más, aunque estaba seguro de que algunos seguirían oyendo sobre él, cosa de la que ya estaba cansado. Muy cansado. Su viaje ya sólo consistía, al parecer, en arrastrarse de una ciudad a otra, de un pueblo a otro, encontrando problemas o causándolos, rompiéndole las costillas a alguien o siendo rotas las suyas por alguien medio desconocido.

Recordaba al tal Powelki. Nunca supo su nombre y, sin embargo, el tipo le había pegado una paliza. Y por los aires que se daba, debía de trabajar para Kieth... Otro igual. Aún recordaba el profundo terror que lo había invadido ante él, y lo furioso que se había sentido después consigo mismo. “Miedo al dragón”, lo llamaban. Malditos dragones. Porque eso sí lo sabía, de manera instintiva lo sabía. Él odiaba a los dragones desde hacía mucho tiempo. Y la dama Mitsedraefel tenía algo que ver en todo ello... pero no por Kieth. No era Kieth el dragón al que siempre había odiado, era alguien más. Pero su mente no le dejaba llegar más lejos. Y siguió recordando.

¿Cómo se llamaba aquella muchacha que lo había cuidado tras el asunto con Powelki? Esa que tanto lo admiraba, aquella tan odiosa, tan inútil. Tan crecida en aspecto y tan infantil en su mente. Tan enferma. Le recordaba, en cierto modo, a aquella que lo había cuidado después de lo de Athinius.

Ah, Athinius... Qué lejos quedaba todo eso ya. Entonces aún era invierno, y ahora faltaban sólo unas semanas para la llegada del verano. De hecho, probablemente el verano ya habría llegado cuando él acabara su misión.

Entonces moriré. Ishnaia me matará por mancillar la joya, o moriré cuando Angren termine de devorarme.


Morir. Como había muerto Alina. Patética, estúpidamente. Así moriría él. Aunque quizá fuera bueno morir. Tener conciencia de haber resucitado era horrible. Tener dos almas era una tortura constante, casi mayor a la de renunciar al sueño. Una parte de él deseaba liberarse, correr, huir, disfrutar. La otra anhelaba volver al descanso eterno, volver a perderse en la inmensidad del mundo, dondequiera que él hubiera ido a parar antes. Si pudiera se abandonaría a la bestia, pero Angren se lo impedía. La racionalidad de la magia de aquella joya divina era una maldición para su naturaleza retorcida, errada. Estaba seguro que, de haber sido Yoiko el que lo portara, no habría tenido ningún problema. Después de todo, Yoiko estaba bien hecho, a diferencia de él.

Recordar a Yoiko suponía recordar a Mithrael, y recordar a Mithrael suponía recordar, o intentarlo al menos, todo lo que se refería a su pasado. La peliazul le había advertido sobre el peligro que Angren era para su vida, para su existencia. Pero, más importante que eso (¿por qué más importante?), le había hablado sobre su muerte. Ella había sido partícipe, y sus amigas y su hermano y alguien más. Y lo había enviado junto a Roalk para que le contara toda la historia, pero aquella... aquella maldita bruja mal follada no le había dicho absolutamente nada. Sólo un nombre, y que alguien, otra persona cuyo paradero no podía asegurarle, era su verdadero asesino. Y lo había dicho de tal forma que parecía ser algo terriblemente importante. Pero la muerte de Ryava la había hecho enfadar, y había decidido no colaborar. ¡Bien! Tampoco era tan importante si, a fin de cuentas, iba a morir de nuevo en poco tiempo.

Pero sentía que tenía que averiguarlo. Si lo hacía podría librarse de la maldición de Angren, de la maldición de Narae que había caído sobre él. Podría, incluso, vivir...

Sacudió la cabeza, molesto. ¡Esperanzas! ¡Ilusiones! ¡Intentaba engañarse a sí mismo como algún tipo patético! ¡Como Dariel! ¡O Baryl! Gentuza sin nada que hacer más que incordiar a los demás, amargar su existencia con su insistencia, sus preguntas y su vacuidad mental. Bueno, quizá Dariel no tanto. Y Baryl tampoco. Pero alguien a quien había conocido era así. No tenía ninguna duda al respecto.

Y, otra vez, volvió al ciclo acostumbrado, dando tumbos de una villa a otra, de un pueblo a otro. Pueblo, pueblo. Éste era más bien grande para ser una villa, pero de lejos se notaba que era sencillo, pobre. Con suerte habría un albergue donde pedir alojamiento para la noche. Aunque tendría que buscarlo, y buscar bien. Quizá incluso tendría que preguntar. Y temía por la integridad del disfraz mágico que le había regalado Alempheius.

Ah, sí. Ese era el cretino que tan estúpido le parecía, y tan odioso. Si pudiera, volvería a romperle la nariz. Después de todo, siendo mago, seguro que ya se la había arreglado.

Suspiró. Estaba cansado. Seguía cansado. Cada vez estaba más cansado. Necesitaba una comida de verdad, y dormir. Ocho, diez, quince horas. Un día entero.

Todo es obra de Angren.

Por las calles del pueblucho no había demasiada gente. Había viejos, había críos jugando aquí y allá, levantando polvo, tirando barro. Los ancianos les decían algo, los niños seguían a lo suyo. Sintió deseos de reventarles la cabeza a los niños.

Es por Angren.

Avanzó con tranquilidad, mirándolo todo, como buen viajero que era. Con una espada al cinto y el saco a la espalda quizá parecería un mercenario, un aventurero. Quizá, si Arti lo viera, se sentiría inspirada para hacer una historia distinta a las que acostumbraba. Aunque, quizá, con la barba descuidada, el cabello largo y sucio, y el parche en el ojo izquierdo, más parecería un náufrago que otra cosa. Pero no, porque ya nadie lo veía así, a menos que fuera un mago.

Nadie podía saber quién era en realidad. Ni siquiera él mismo.

Necesitaba encontrar el albergue, rápido. Necesitaba dormir. Dormir y no despertar. Dormir y desaparecer. Vio a una mujer salir de una de las casas. Decidió acercarse a ella para preguntarle.

-¡Kuroi! ¡Sei! ¡A casa, a comer! ¡¡Kuroi!! ¡¡¡Sei!!!

La mujer alzaba la voz. Kuroi. Sei. Él conocía esos nombres. Él conocía bien esos nombres. Él era Kuroi.

Quería pegarle a esa mujer.

Angren.

Se acerco a ella, rápido. Rápido. Más, más, más rápido, corriendo, corría, junto a ella, la sujetó por el brazo, la hizo girar, la miró a los ojos. Demente.

Yo soy Kuroi.

-Eh... ¿Estás bien? –Pelirroja. Ojos azules. La había visto antes.

-¡Señora!

-¡Suéltala, imbécil!

Dos niños se acercaban, corriendo. Tendrían unos diez años. Un chico y una chica. Ella, albina en apariencia. Él, pecoso y de cabello castaño claro. Sin necesidad de verlo supo que tenía los ojos verdes.

Él es Kuroi. Se llama así por mí.

Miró a los niños fijamente, impasible. Los niños se detuvieron ante ellos, mirándolo fijamente, furiosos. Él niño más que la niña.

-¡Suéltala, idiota!

-¡Deja en paz a la señora!

Los niños intentaron darle puntapiés, agarrar a la mujer de una mano y liberarla de su captor, pero él era más hábil, más rastrero, y se escudaba en la mujer.

-Tranquilos, chicos –habló entonces ella, en un tono tan relajado que no parecía afectada en absoluto.- Id a comer, que yo ya entraré. Vuestro padre os espera dentro.

-Pero...

-En serio. Entrad.

A regañadientes, los niños obedecieron. La mujer no se movió. Esperaba.

-¿Necesitas algo? –Preguntó al fin, cuando estuvo segura de que los niños no iban a escuchar.

-¿Quién coño eres?

-¿Eh?

-Te conozco. Dijiste mi nombre. Exijo saber quién eres tú y por qué demonios lo sabes. Por qué ese crío se llama igual que yo.

-Perdona, pero... ¿qué te ha pasado en el ojo?

El ojo. Ella lo veía. Lo veía. Era hechicera.

-¡¡Dime quién demonios eres!!

-¿...Igrin?

La soltó al oír su nombre, su verdadero nombre. ¿Por qué se había obsesionado tanto con lo de Kuroi? Ese no era su nombre, eso era sólo un apodo que Zemath le había dado años atrás cuando... cuando...

Cuando estaba vivo.

Se giró. Lo vio. Habían pasado tres años desde la última vez, pero él no había cambiado. Seguía siendo igual de alto, igual de moreno, igual de fuerte, rubio de cabello, gris de ojos. Gris acero. El general de acero.

Él era, o había sido, el gato negro.

-Mialc, ¿por qué...?

-¡Hijo de puta! ¡Tú me mataste, hijo de puta!

11.10.09

44

-¿Qué vas a hacer ahora?

-Seguir mi camino.

-Ya veo...

-¿Qué?

-Nada. Espero... Espero que todo te vaya bien.

-¿En serio?

-¿Por qué te extraña?

-...Eres la primera persona que me dice algo así.

-¿No debería?

-Es cosa tuya lo que dices o dejas de decir.

-Ciertamente. Y te doy las gracias, así que con más razón lo digo.

-¿Gracias?

-¿También es la primera vez?

-No estoy seguro...

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Habían tenido que esperar el día entero. Desde la salida hasta la puesta del sol. Igrin lo había decidido.

-¿¡Por qué!? –Había gritado Alina, indignada, mientras se preparaban.

-Porque un castigo igual no le vendrá mal, y eso hará más fácil las cosas.

-Pero... El cepo...

-Es el mal menor. Ahora cállate y céntrate en lo que importa.

Alina había obedecido. De hecho, parecía dispuesta a obedecer en todo a Igrin desde que éste se ofreciera a ayudarla a salvar a Yghart. Su cambio de actitud era, cuanto menos, sorprendente.

Segunda sorpresa en dos días. Una y una.

-Ten –le había dicho Igrin antes de que salieran.

-¿Y esto?

-¿Eres ciega?

-Sí, es una daga, eso ya lo sé. Pero, ¿por qué me la das?

-Para el peor de los casos. Métela bajo la falda, entre las tetas, en las mangas del vestido... no sé, tú verás. Pero llévala.

-Está bien.

Y así habían partido.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-¡Es horr...!

Una mano en la boca.

-Shh... No llames la atención. Limítate a mirar.

-¡Hmph!

-Sé buena. ¿No ves cómo Yghart nos ignora?

-Hmm...

-¿Vas a estarte calladita?

-Hmh.

-Bien.

Libertad.

Alina respiró y miró a Yghart. Luego apartó la vista y miró el suelo. Luego alzó los ojos mientras contaba hasta la centena para no comenzar a despotricar.

Los días de mercado, en comparación, la plaza estaba limpia, ordenada y vacía. Ah, y perfumada. Desearon que algunas de las cosas por allí tiradas entrasen en la clasificación de “comida podrida de tenderete”. Al menos, con la caída del sol, la gente iba desapareciendo por las diversas calles.

-No puedo más, Igrin...

-Cuando sólo queden los guardias, Arti.

-¿Arti?

-Alina. Quería decir Alina.

-Ah.

-Bien.

Esperaron. Yghart sólo podía estar arrodillado, y su largo cabello, que cubría su rostro como una lona, se veía pegajoso y sucio por la cantidad de escupitajos y otras sustancias de las que había cubierto al eunuco. Su imagen era patética.

Oscurecía más lentamente de lo que Alina hubiera querido. La gente se iba más aprisa de lo que Igrin había calculado.

Algunos niños jugaban con los restos de basura del suelo.

-¿Recuerdas el plan?

-Sí.

-Buena chica.

-Deséame suerte.

-Bah.

Alina se acercó a los guardias.

Sus rodillas no la sostuvieron. Cayó ante ellos.

-Por favor, señores... –Imploraba.- Por favor, perdonen a mi amigo.

-¿Tu amigo?

-¿Eres tú la puta que estaba con él?

-¡No! Todo es un terrible malentendido que, si me...

-No hay nada que escuchar, basura. Ahora lárgate si no quieres compartir su destino o ir a otro peor.

Sé sincera con ellos, le había dicho Igrin. Diles lo que sientes, lo que estás dispuesta a hacer por salvar a Yghart. Ese era el plan.

Estaba dispuesta a seguir hasta el final.

-¿Y si tomara yo su lugar?

-No.

-¿Y si hiciera yo cualquier cosa para pagar su precio?

-¿Tú? –El guardia que tenía delante la miró.- Me pregunto si vales lo suficiente.

-Puedo intentarlo, y si no...

-Si no, le cortamos las manos igual, y os jodéis los dos.

Los guardias comenzaron a reír descontroladamente. Alina se levantó como pudo, lágrimas recorriendo su cara. El metal brilló en su mano.

Clack.

Igrin abrió el candado.

Yghart era libre.

-¡El prisionero se escapa!

-¡Ni se os ocurra!

-¡Alina, nos vamos!

Alina atacó al guardia armado. El hombre se defendió.

Acero opaco al atardecer.

La plaza, alfombrada con basura, olía a podredumbre.

-Yghart...

Igrin gritó su nombre.

-¡ALINA! –Oyó decir a Yghart.

No lo entendía, pero estaba furioso. Antes de darse cuenta tenía debajo el cuerpo del otro guardia, y no podía dejar de golpearlo, desesperadamente, frenéticamente. Ni siquiera sabía qué sangraba, si sus manos o la cara del hombre, o si las astillas de huesos eran suyas o del otro. No sabía nada. Sólo golpeaba.

-¡FUERA, IGRIN! –rugió Yghart.

Rugió.

Igrin corrió hasta Alina, su cuerpo inerte. La quitó de en medio.

Una violenta llamarada quemó un tramo de la plaza, y los cuerpos de los guardias con él. Sombras pintadas en el suelo con forma de hombres.

-Alina...

Yghart se acercó a Igrin, A Alina, y abrazó a la chica. Aún estaba consciente, aún sostenía la daga de Igrin. Pero sus intestinos asomaban por su vientre cortado.

-Tenéis que iros, Yghart... Tenéis que iros.

Soltó la daga.

-Alina...

Yghart hundió la cabeza en el cabello de ella. Igrin recogió su daga.

-Sabes que tiene razón.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Nunca hubiera pensado que fueras un dragón. Aunque, la verdad, ahora tiene más sentido.

-No estudié en escuelas de magia. Sé lo que aprendí en casa.

-Entiendo. ¿Y ella?

-Conocida de su infancia. Su hermano mayor y yo fuimos amigos, cuando ella no había ni nacido. El resto...

-Así que por eso un castigo tan severo. Los dragones siempre tenéis que estar hechos y derechos.

-Algo así. Pero ella siempre se sintió culpable.

-La amabas.

-La amaba.

Silencio.

-Pero ella no me amaba a mí. No podía.

-¿Te quería como a un hermano?

-Soy un hombre, y ella me quería como quería a cualquier hombre.

-¿Prefería...?

-Sí.

-Vaya, qué duro. ¿Y dónde la dejarás?

-No lo sé. No pienso ahora en ello.

-Supongo; es normal.

Otra vez silencio. La noche reinaba.

-Así que, Igrin...

-¿Sí?

-¿Qué vas a hacer ahora?

-Seguir mi camino.

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Próximamente: Interludio III -45 a-. Último interludio antes de la cuarta temporada y... el final.

26.9.09

43

Era extraño. Después de tanto tiempo juntos, Alina había conseguido sorprenderlo con la actitud que había adoptado. Y todo porque Yghart no estaba. Sólo por eso.

Él no pensaba cuidarla.

-¿Vas a quedarte ahí tirada por la eternidad? Al menos apártate para ver si hay algo de valor que pueda llevarme.

-No... Déjame en paz.

Así estuvo el día entero. El día después de la detención de Yghart. Detenido por jugar a disfrazarse. Era, otra vez, culpa de ella.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-Acompáñame.

-¿Qué?

-Acompáñame. Ayer no te fuiste y comiste de nuestras provisiones. Ahora, paga.

-¡Vaya...! Y yo pensando que seguirías llorando por tu amiguito...

-¿Estabas preocupado por mí?

-En absoluto.

-Ya. Sólo necesitaba desahogarme para poder hacer algo hoy.

-¿Por ejemplo?

-Salvar a Yghart.

-Y quieres que yo te ayude.

-¿Lo harías?

-No.

-¿Ves?

-¿Entonces?

-Dije que me acompañaras, ¿no? Nada más.

-Ya.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

El mundo era un lugar extraño. Seguía igual que dos días atrás en el exterior, aunque en el cuartucho de los ladrones todo se estuviera desmoronando... metafóricamente hablando, claro.

Lalythe daba un espectáculo en la plaza. Mucha gente se había reunido para verlos. Ellos también fueron.

Música y bailes, malabares, payasos, comedia, bufones, enredos, engaños. Todo era perfecto, salvo su estado de ánimo. El de Alina. Y, a pesar de todo, sonreía. Tenía una boca grande, llena de unos dientes pequeños y bonitos.

Igrin echó unas monedas por los dos al término del espectáculo. Luego la siguió en silencio mientras pudo.

-Vas a pedirles ayuda.

-¿Qué tiene de malo?

-No estoy seguro de que sea tan bueno.

-Que usted, señor “maestro del crimen”, sea un cabrón y un hijo de puta, no significa que todos los del gremio vayan a ser iguales.

-Seguro.

-¿Cuál es tu alternativa, entonces? Porque no soy tan estúpida como para pensar que puedo hacerlo todo sola.

-Lo sé.

-¿Entonces?

-Conmigo tendrías suficiente para liberar a Yghart y ayudaros a huir.

-Pero no me ayudarás.

-Si dejas que te folle, lo haré.

-Ni queriendo podría.

-Pues cómemela un rato con esa boquita.

-No.

-¿Por qué tan fría? ¿Quizá porque sigues siendo virgencita?

-Si te vale eso como respuesta, entonces sí.

-No; no me vale.

-Pues entonces porque no me pones. Sencillamente no eres mi tipo.

-Qué lástima, entonces. No podremos hacer el trato.

-Sí. Qué lástima...

El campamento de Lalythe estaba a las afueras. Había cuatro carromatos en torno a los artistas, que a su vez se habían reunido en corro en torno a una hoguera. Allí reían, hablaban, bromeaban y comían. Igrin convino con su estómago en que extrañaban una buena cena.

Alina se adelantó. Paso rápido primero. Carrera al final.

Se detuvo frente a una mujer anciana, hermosa pero gastada, que se apoyaba en la rueda de uno de los carromatos.

-Usted es Lara, ¿verdad? –Asentimiento. Alina se arrojó al suelo.- Por favor. Se lo suplico. Ayúdenos a mi amigo y a mí.

-¿El pelirrojo es tu amigo? –Negación.- Entonces, ¿quién?

-Mi amigo... Fue capturado anoche por la guardia.

-¡Ah! ¡La falsa prostituta! –Sonrisa.- ¿Por qué pides eso? Para fingir orgasmos ya tengo a mis niñas actrices.

-No; no es eso...

-¿Es que quieres que os enseñen? Será difícil mostrarle eso a un mediohombre...

-¡No! Yo... ¿Me ayudaría a liberarlo?

-¡Ah...! No, ni hablar. ¿Bromeas, niña? ¿Quiénes te crees que somos, una banda de delincuentes? No, no, no. No queremos problemas con la justicia, y menos por unos desconocidos. Si fuera uno de mis niños... Pero no. Ahora, largo de aquí.

-¡Pero nosotros queremos unirnos al grupo! Hemos... Hemos estado entrenando, aprendiendo cosas nuevas, y hasta somos conocidos... Todo, esperando su llegada.

-¿En serio? No me di cuenta, y eso que estuvimos oteando en busca de nuevos miembros, pero no hayamos más que basura, cada cual peor que el anterior.

-Pero nosotros...

-...Además: para tener la más mínima posibilidad habrías tenido que oír hablar del Corazón, pero apuesto a que no es así.- Negación.- ¿Ves? Y eso es porque nosotros no aceptamos voluntarios; sólo lo que nuestros sentidos descubren bueno.

-Menuda mierda acabas de soltar, vieja puta. ¿Será que has tragado tantas pollas en tu vida que tienes más leche que seso?

Igrin avanzó hacia ella, y cinco hombres avanzaron hacia él. Un gesto de Lara bastó para que se detuvieran. El semibestia se paró junto a Alina. Sonreía.

-¿Puedo saber a qué debo el honor de tantos insultos gratuitos, Cabeza Caliente?

-Al rollo de “somos buenos” y “el Corazón...” y demás mierda que escupes como puta retirada.

-Ah, ¿sabes algo tú del Corazón, quizás?

-Sé que el Rion de Pharan no lo tienes tú ni ninguno de tus bastardos. Y nunca podrías tenerlo, tocarlo, o tan siquiera verlo.

-¿Y cómo estás tan convencido de ello?

-Porque conozco el Angren de Narae, y el Phai de Quangdú.

Lara hizo un gesto, y su cabeza rodó por el suelo en el instante en que los cinco hombres volvieron a moverse. Así que volvieron a detenerse un momento. Y luego volvieron a cargar.

-Gracias, gracias. –Esquivar, esquivar. Estocada. Sintió, otra vez, la sangre sobre él.- Mi niña tenía hambre, y en dos días se está hinchando...

Al tercer cadáver los tres restantes se detuvieron. Igrin aprovechó para limpiar su cimitarra con la ropa de Lara.

-Dejad que corra la sangre de una vez. Limpiad esta mierda que sois. Ya os hace falta alguien joven organizándolo todo, y no una maldita vieja anticuada. Ahora, si me permitís...

Alina gritó cuando, por no levantarse, Igrin comenzó a arrastrarla por el suelo, agarrándola del pelo. Nadie los siguió.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

El cuarto era opresivo, oscuro, pero seguro. Igrin lavaba su ropa sucia y ensangrentada en un barreño mientras Alina lloraba, desesperada. Agua y agua.

-Es que eres estúpida. Era cosa de usar la cabeza. La puta tenía razón, y lo sabes.

-Yghart...

-Sí, sí. Así haces mucho. ¿Sabes qué es lo más divertido? Que estabas tan concentrada en tu discurso y tu fracaso que no te fijaste en lo importante.

-¿Qué...?

-Que la puta sabía de Yghart mucho. ¿Y sabes por qué? Porque se ha corrido la voz de que mañana estará el día entero en el cepo, y al final del día le cortarán las dos manos, ya que no se puede hacer otra cosa por él.

-¿¡Qué!?

-Así que te ayudaré.

-Pero...

-Y me cobraré lo mío. Puedes estar segura de ello.

Silencio. La tela y las manos hacían un ruido relajante al mover el agua.

-¿Por qué la mataste?

Alina comenzaba a volver en sí.

-Porque me resultaba conocida.

-Ese no es un motivo.

-Ya ves que para mí sí.

-¿E Yghart? ¿También cuenta como conocido?

-¿Quién?

Alina sonrió. Con boca pequeña.

8.7.09

42

Al principio las cosas habían funcionado. Al principio. Incluso Igrin había puesto de su parte, y las cosas habían ido más o menos bien, o mejor que antes, al menos para Yghart y Alina. Lo que había pasado, realmente, no tenía nada que ver con él. No lo había provocado. No lo controlaba. De hecho, de haber podido, hubiera intentado evitarlo. Pero no dependía de él.

Era una historia que le sonaba.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-¡Al fin! ¡Al fin! ¡Hoy es el gran día!

-¿Hoy?

-Hoy llegan a la ciudad. Bueno, realmente llegaron ayer, pero hoy es su primera función.

-Los algos de Emet, esos, ¿no?

-Hijos de Emet... Bueno, Lalythe. Se presentan a sí mismos como Lalythe, que es la versión corta del nombre.

-¿Y cuál es la versión completa?

-“La Asombrosa Lara y los Trotamundos Hijos de Emet”.

-Joder. Qué coñazo de nombre.

-Por eso. Mejor llámalos Lalythe.

-Sí, lo que sea. Muy guapa, Yghart. Y tú también, zorra barata.

Igrin había adoptado esa forma para dirigirse al par de ladrones. A él lo trataba como si fuera una mujer, y para ella el apelativo “prostituta” era el más suave. A cambio, Yghart no le hablaba, dando a entender que no se daba por aludido, y Alina contestaba a todas las provocaciones con amenazas e insultos.

-Dad una vuelta, así. Que os vea el chulo que os va a vender, par de perras.

-Me siento tan halagado, viendo que, de algún modo, alguien empieza a apreciar mis habilidades alquímicas...

-Sí, sí. Cierra la boca, Yghart, hasta que te pidan que chupes algo.

-A ver si el que va a comer vas a ser tú, hijo de puta, y te vas a tragar tus propios dientes.

El semibestia se echó a reír.

-Venga, Alina. Vamos a que te hagan una mujer, y por el camino me contáis de qué coño va la mierda esa de Lalythe.

Abandonaron el cuartucho en silencio. Los dos ladrones se cubrían desde los hombros con pesados chales, claramente exagerados para el tiempo que hacía, claramente necesarios vistas sus vestimentas.

Se encaminaron hacia la plaza.

-Los Hijos de Emet son un grupo de... artistas ambulantes.

-¿Payasos?

-Y músicos, actores, malabaristas... Hacen de todo. Van de pueblo en pueblo, con permiso, claro, y hacen su espectáculo.

-Sin cobrar nada.

-Payasos gratuitos. Esa es nueva.

-Sí, bueno... No. No son gratuitos.

-A ver, menos adivinanzas y más explicaciones.

El eunuco miró a su alrededor, comprobando que no había nadie. Asintió con la cabeza, y Alina contestó en susurros.

-”Lalythe”, en la lengua antigua, significa “ladrón”. Son ladrones. Y mercenarios.

Igrin enarcó una ceja, sonrió, y miró a Yghart. No parecía creer lo que oía.

-Y yo soy tuerto y me buscan en dos continentes, no te jode.

-Tampoco exageremos.

-¿Y cómo llegasteis a esa conclusiión?

-Estuve veinte años estudiando en la iglesia antes de acabar... así.

-Ya...

Llegaron. Un pequeño escenario había sido levantado en el centro de la plaza y la gente, curiosa, comenzaba a agolparse a su alrededor, esperando a ver qué pasaba. Una gran pancarta anunciando el nombre del grupo coronaba la tarima. Los dos ladrones y el tuerto lo miraron, ellos asombrados, Igrin con desdén.

-¿Y ahora, qué?

-Veamos el espectáculo.

-¿Qué haréis vosotros para que os acepten?

-Demostrar lo que valemos.

-Si es que de verdad servís para algo...

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Ya era de noche.

La ciudad estaba tranquila. Asombrosamente Tranquila. Igrin la admiraba, siendo esa su primera salida nocturna desde su llegada. Todo otro movimiento lo había ejecutado bajo la luz del sol.

La ciudad era hermosa en la quietud de la noche. Como hermosas eran las dos mujeres que lo acompañaban.

Él observaba en silencio, desde lejos. Debía esperar.

-Eh, preciosa, ¿me haces compañía?

-Depende, ¿qué tan sólo te sientes?

Yghart se desenvolvía mejor que Alina, lo cual era preocupante. ¿Resultaría ser verdad que el tipo era un atravesado? ¿Y por qué demonios le costaba a ella seducir a un hombre? Sólo faltaba que tampoco Alina fuera lo que aparentaba.

Devolvió sus ojos a la escena.

-Tan solo, tan desesperado que... no me bastaría sólo un rato con tu amiga y contigo. ¿Por qué no la noche entera?

-Nuestro tiempo es muy valioso...

-¿De verdad?

-Sí, porque... somos artistas, y siempre tenemos que perfeccionarnos.

-Me imagino... Y me gustaría probarlo.

Había algo raro. Lo notaba. Pero no podía intervenir.

Yghart se acercaba a la presa. Alina mantenía la mirada baja, como tímida, lo cual aumentaba su encanto. Pero un abuso de actuación podía causar que el hombre perdiera el interés en ella.

No podía intervenir. Él sólo tenía que guiarlos.

El hombre se acercó a Yghart, rozando sus cuerpos sobre la tela. Ambos sonreían.

Pero la mueca del hombre se torció.

-Estás arrestado, maldito enfermo.

-¿Qué?

Igrin entendió.

-¡Alina, vete!

-Pero...

-¡Corre, Yghart!

-¡Vamos, Alina!

Intentaron huir, pero el hombre estaba demasiado cerca. Agarraron a Yghart por la manga del vestido, y Alina se detuvo al ver que su amigo era capturado.

-¡No!

-¡Maldita sea, zorra inmunda, muévete de una puta vez!

-¡Yghart!

Más hombres aparecieron, rodeándolos. El que antes había intentado negociar con ellos rasgño el vestido del eunuco, revelando su pecho plano, blanco, limpio de vello. Otros dos sujetaron a Alina por lso brazos, inmovilizándola, haciendo que comenzara a patalear.

-La prostitución no está permitida en ninguna región de Aks'atar, a menos que se os haya entregado la tarjeta blanca, que obviamente a un hombre y a una vulgar ladrona nunca les sería falicitada...

Atacó con las dagas. No necesitaba fijarse en nadie, pues su olfato era suficiente guía. La sangre que manó el cuello de los captores de Alina lo bañó, tiñó su cabello y su ropa, y la liberó a ella. Pero siguió sin moverse, ahora espantada.

-No...

Y seguían estando en desventaja.

-Se acabó. Nos vamos.

-¡Yghart!

-¡Vete, Alina! ¡Sálvate!

-¡¡YGHART!!

Alina no alcanzó a ver mucho más. Igrin la levantó como un fardo, echándosela al hombro para poder subir a los tejados, mientras los guardias disfrazados rodeaban a su amigo, poco a poco, lentamente. Una enorme sombra humana que nubló su visión.

Y perdió el conocimiento.

22.6.09

41

Yghart y Alina vivían en un cuchitril de los suburbios, algo que ni siquiera podía ser llamado “casa”, pues no era más que una mugrosa habitación con un montón de paja en un rincón, y arcón de madera ya podrido y algunos sacos agujereados. Ni siquiera había rastro de que pudieran guardar comida ahí.

-Se nota que no pagáis nada por esta mierda –había comentado Igrin al verlo, sonriendo burlón.- Hasta yo he vivido en antros más decentes.

-Gracias –había sido la educada respuesta del eunuco.- Aunque no nos quejamos. Ya sabes, donde está tu hogar...

El semibestia había sonreído ampliamente y, de un salto, se había plantado en un rincón del cuarto. Luego golpeó con fuerza una tabla del suelo, rompiéndola, y revelando el hueco lleno de monedas que se ocultaba debajo. Eran casi todas de cobre, pero la cantidad, probablemente, igualaba el peso de los tres juntos.

-Menudo par de putas retorcidas que estáis hechas. ¿Que coño hacéis sin gastar esto?

-Ese es nuestro certificado como hijos de Emet –respondió Alina, cruzándose de brazos.- Dudo que alguien antes que nosotros haya podido presentar mejores credenciales.

-Pero si aún no lo habéis usado.

-No...

-Entonces no sois más que un par de imbéciles que pierden el tiempo jugando a ser ladrones.

-¿Entonces, qué? ¿Vas a darnos clases particulares?

Todo aquello, la visita a la habitación y la conversación, había ocurrido la tarde anterior, recordaba el tuerto. Y él, mientras tanto, manchado de sangre tras la pelea, había tenido que resignarse a no comprar sus provisiones y esperar un día más.

Y ahora estaba allí, esperando su turno, paciente. Con lo mal que se le daba a él todo eso.

Avanzaba un paso. Se detenía.

Otro paso, dos, se detenía.

Un paso.

Otro.

Esperar.

Más.

Un poco.

Su turno.

Alargó el brazo. Sonrió como solía en aquellos casos. Habló clara y educadamente. Todo fue perfecto.

-¿Cuánto cuestan siete raciones de carne en salazón?

-¿E’ usté viajero? Die’ monea’ la pieza, zi compra cinco ze lo dejo en cuarenta, y do’ má’ zerían zezenta. Zezenta monea’, mushasho.

-¡Eso es un robo!

-¡Roba tu padre, jueputa! ¡Yo cobro lo que vale la ración!

-Lo siento, pero si no baja usted un poco el precio, yo...

-Ocho monea’ ca’ ración. A ezo te lo bajo.

-¡Eso no es un descuento!

-¡Ve a llorarle a la puta ‘e tu madre!

-Visto que no podemos entendernos, será mejor que me retire.

Dio media vuelta, bruscamente, y chocó con alguien. Ese alguien lo empujó, haciéndolo caer sobre el puesto, desparramándolo todo, haciendo maldecir de forma ininteligible al tendero.

-¡Tuputamadre, maricón ‘e mierda! ¡’Cagoenlamadrequeteparió! ¡No quie’ pagar y me dehtroza el negocio! ¡Recógelo tó, maricón! ¡Y me paga’ lo’ dehperdicio’!

-Se dice “desperfectos”, y ni que fuera adrede. Si el Hijo de puta este no me hubiera empujado...

-¡Hideputa tu abuela y tu padre, que te violaban de crío!

-¿¡Ah, sí!? ¡Guardias! ¡¡Guardias!!

-¡No haga’ ezo, mushasho! ¡Deja a lo’ guardia’ en pa’! Amo’ a arregla’ ehto entre nozotro’...

El tendero lo intentó, es un hecho. Pero no con suficiente ahínco, porque en seguida los dos ofendidos y ofensores comenzaron a golpearse, el uno al otro, usando lo que encontraban a mano, que venían a ser las piezas de carne de aquel puesto del mercado. Era el caos del segundo día.

-¡GUARDIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!

Los guardias corrieron hacia la zona de la trifulca, pero cuando llegaron solo encontraron a un comprador descontento, cubierto de restos de carne, sal y sangre, con claras magulladuras en el rostro, y con intención de salir corriendo, en busca de pelea, de un momento a otro. No había rastro de su agresor.

-¡Ese hijo de puta se ha largado! ¡Suéltenme! ¡Tengo que ir a reventarle los...!

-¡A callar! –Gritó uno de los guardias, probablemente el jefe de la patrulla.- ¿Por dónde se ha ido?

-¡Por ahí se ha escapado el cabrón, como una maldita rata...! Como lo pille...

-Vosotros dos, seguid al tipo ese; no debe ser muy difícil de identificar. Y tú, rata, vas a explicarme qué coño hacías estropeando un puesto del mercado, y vas a ir sacando el dinero para pagar los daños.

-Yo me iba, porque no estoy dispuesto a pagar sesenta cobres por una mierda de carne de rata, ¿entiende? ¡Carne de rata al triple de precio de dos conejos!

-¿Dos conejos...? ¿¡Dónde!?

-En un puesto de por ahí...

-¡Tú! ¿¡No sabes que está prohibida la venta de carne de rata!?

-Zeño’, verá usté...

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

-...así que me quedé ayudando al tipo a recoger el puesto con los guardias mirando y luego dejaron que me fuera.

-¿Cómo supiste que era carne de rata y todo eso?

-Dejémoslo en que he visto mundo. Y me ha tocado comer ratas.

-Anda, y a mí, pero tampoco las conozco tan bien como para reconocerla mirando los cuartos traseros.

-Es lo que hace la experiencia.

Estaban los tres en el cuchitril, Alina, Yghart e Igrin, comiendo su pequeña cena: conejo en salazón.

-Bueno, podemos decir de hoy que ha sido un día... educativo –resumió el eunuco.- Hemos aprendido que la mejor forma de robar es dejar que se engañen a sí mismos.

-Más o menos. Aunque lo mejor es contar siempre con un crío. Nada más útil.

-Ah, pero no tenemos niños.

-Pues os jodéis.

Igrin se daba cuenta, con pasmosa claridad, de cómo aquel par de ladronzuelos de mala muerte ahora lo admiraban, y todo por un plan tan simple, tan sencillo, que haría que hasta un mocoso se riera. Sencillamente, Yghart y él tenían que fingir una pelea, y Alina aprovecharía la confusión para vaciar los bolsillos de la gente de alrededor, los curiosos de turno. Habían tenido suerte, y con las ganancias recaudadas habían pagado los honorarios del “maestro” y la comida para unos cuantos días. Pero aún no era suficiente.

-¿Qué haremos mañana? –Preguntaba Alina.

-Lo mismo que hoy no será, seguro –respondió Yghart.- No es una treta que se pueda repetir, ¿verdad?

-Claro que no, gilipollas. Los trucos repetidos cantan a leguas, y a vosotros ya os conocen las caras. Mañana vais a ir vosotros dos solos, y vais a aprender a disfrazaros.

-¿Disfrazarnos...?

-Sí. Como yo.

-¿Tú...?

-Es una historia larga. –Igrin terminó de arrancar la carne de un hueso y, tras pensárselo un poco, decidió tirarlo lejos de sí.- Tú, marica sin polla, sabes hacer algo de magia, ¿verdad?

Yghart levantó las cejas al oír su nuevo apelativo. Alina respondió escupiéndole en la cara al nuevo.

-Un poco más de respeto, imbécil.

-Yo no he mentido: a él, de crío, le molaba tu hermano, así que le cortaron el rabo. ¿Me equivoco?

-Serás...

El eunuco, incapaz de contenerse, comenzó a reír a carcajadas. Con el puño apretado, Alina lo miró confusa. Igrin fue el único que no se alteró.

-Bien, no me contestes, que ya me sé yo la respuesta. En lugar de usar tus habilidades alquímicas en esa mierda de trampas, mañana vas a usarlas para hacerte pasar por mujer.

-¿Como cuando tú me confundiste con una?

-Más o menos, pero bien hecho.

-¿Y yo?

-¿Tú? Tú vas a hacer la calle.

Yghart tuvo que sujetar a Alina antes de que se abalanzara sobre Igrin. Esta vez, el tuerto también se reía.
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Muajajajajajjajajajajaja

25.5.09

40

Mercado. Tiendas, vendedoras, productos, dinero.

Mercado. Ciudad.

Mercado. Gente, niños, viejos, mujeres.

Mercado. Lo peor que podía pasarle. Pero necesitaba víveres.

Cazar ya no era una opción. La posibilidad de convertirse él mismo en presa no era precisamente agradable. Tampoco quería tener encuentros con guardias, gentuza tan ruidosa y problemática, y qué decir de... cualquier otra clase de alimaña urbana. No; definitivamente, lo mejor sería ocuparse de lo que fuera evitando cualquier tipo de disgusto, ya fuera a causarlo él, ya fuera a padecerlo en consecuencia. Sí, era lo mejor.

Mercado. Sorprendentemente, las calles no estaban tan abarrotadas como cabría esperar. La gente gritaba, sí, pero no había empujones ni tirones ni intentos de vaciar bolsillos que serían violentamente solucionados. Cada cual se ocupaba de sus asuntos, ofrecía sus productos, gastaba su dinero, gritaba, hablaba. Los guardias pasaban ocupándose de que todo fuera en orden, vigilando en silencio. Se preguntó, de pronto, si acaso aquella calma, aquel orden, tenían algún siniestro origen.

Un niño lo empujó en su carrera, jugando, huyendo de alguno de sus amigos. Su espalda encontró apoyo en la pared de un edificio de madera, adornado con un gentil cartel que exhibía su cara -su verdadera cara- y el precio que ofrecían por él. Se decepcionó sin poder evitarlo: era menos de lo que esperaba.

El sosiego y el buen humor comenzaban a irritarlo (por supuesto, no tenía nada que ver con el hecho de que ya era una presa oficial para cualquier cazarrecompensas de Aks’atar, pero no una gran presa), y su cuerpo comenzaba a pedirle sangre, un deseo nacido de la mala costumbre. Intentó paliarlo liándose a empujones con los viandantes que obstaculizaban su camino al puesto de carne, donde esperaba encontrar algunas buenas presas en salazón y, con suerte, en su propia salsa. O algún pequeño animal.

Volvió a ser empujado, esta vez por una jovencita apresurada que sujetaba con fuerza su canastillo. Quiso decirle algo, pero se mordió la lengua, recordando que quería evitar problemas. Mordió con más fuerza al recordar que deseaba sangre. Dejó de morder cuando notó que le faltaba algo. Su bolsa. El dinero.

-¡HIJA DE PUTA! ¡LADRONA DE MIERDA!

La gente que había alrededor se giró a mirarlo al ver que se lanzaba en una desesperaba carrera, sujetando con fuerza la bolsa de viaje con sus cosas, en pos de la jovencita, que a empujones luchaba por alejarse y confundirse entre la multitud. Otra conmoción aún mayor, sin embargo, apartó la atención de él y de la chiquilla.

-¡Yghart!

-¡Alina!

-¡Quietos los dos! ¡Estáis arrestados en nombre del señor Gram, gobernador de estas tierras y fiel servidor del rey Kieth, el tercero!

Cuando Igrin llegó había junto a su chica otra joven a la que estaban despojando de un montón de cuchillos que guardaba bajo las mangas y pliegues de su túnica. Su compañera gritaba y forcejeaba con el guardia que la mantenía sujeta de manos, desesperada. Pronto otro de los soldados se acercó a ella, presta la mano para dar una bofetada. Igrin vio, en ese justo instante, como de la boca de la mujer de los cuchillos salía algo blanco, pequeño, del tamaño de un diente. Pero no era uno.

Se desató el caos, con un agudo y molesto pitido por prólogo, y una nube de humo rojo como primer movimiento. Los gritos y quejidos no se hicieron esperar, pocos segundos después.

-¡¡Detenedlos!!

Igrin saltó a la nube de humo, de la que la muchedumbre huía.

Tras recuperarse del primer sonido, los oídos de Igrin sustituyeron la visibilidad que sus ojos no tenían. Sus manos pronto atraparon un brazo armado que fue cortado de cuajo por una oportuna garra, y que sirvió para engañar, sin salir del humo, a cuantos soldados se encontraban alrededor. En unos pocos segundos sus manos se llenaron de sangre, así como su ropa, su cara y su boca, pues no perdió tiempo para arrancar una mano en cuanto el puño se acercó furioso hacia él, cerrado, desnudo. Y, mientras tanto, sus oídos no perdían detalle de lo que sucedía a su alrededor.

El humo comenzó a disiparse de pronto, revelando la carne y la sangre en el suelo, los miembros rebanados y los cuerpos inertes. Uno o dos, simplemente.

Sus amigas se alejaban ya por una de las calles secundarias, sin haber llamado la atención de nadie, y con su botín recuperado. Era hora de que él se marchara también.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Corrían por el suelo como alma que lleva el diablo. Estaban sucias, manchadas de sangre, tierra y barro. No parecían heridas, y ambas llevaban el cabello suelto, ondeando en torno a sus rostros. Un buen disfraz, sin lugar a dudas.

Igrin corría a la par que ellas, salvo que él iba por los tejados. Apoyaba las cuatro extremidades en el suelo, llevando su bolsa bien atada a la cintura, por la espalda. Se había transformado en bestia para moverse más rápido y con mayor silencio.

Por fin las vio detenerse. Sin pararse a pensar se transformó.

-Mi dulce Alina, ¿verdad? –Había saltado en silencio, sacado una de sus dagas, y abrazado por la espalda a su pequeña ladrona.- Tienes algo que me pertenece.

-¡Suéltame, cretino!

-¡Suéltala, maldito!

-¿Maldito? –La risa de Igrin nos e hizo esperar, aguda e histérica.- Esperaba algo mejor como “hijo de puta”, “demonio de mierda” o cosas así. Supongo que hoy es el día de las decepciones.

La daga besó, sedienta, el cuello de Alina.

-¿¡Qué quieres!?

-Lo que es mío. Y lo que me debéis por ayudaros con los guardias.

-¡Tú eres el que saltó a la trampa de humo!

-Porque necesitabais que cayera alguien que los distrajera mientras huíais. Ah, y sobre eso, ¿para qué tantos cuchillos, nena?

Alina e Yghart rieron ahora de buena gana, a pesar de que el filo de la daga se hundía levemente en la garganta de la primera. Igrin miró a la segunda, primero confuso, luego sorprendido.

-¡Eunuco!

-Desde los diez años, cuando dije que me gustaba el hermano de Alina.

-Fantástica forma de descubrir tu sexualidad.

-Quizá, de no haber sido una apuesta.

-Maravilloso.

Igrin soltó a Alina. La joven no tardó en esconderse tras su amigo, tapando con la mano el hilo de sangre que escurría por su cuello.

-Muy bien, estimado salvador –comenzó Yghart con sorna-, ¿qué le debemos por su ayuda?

-Sangre, sexo, dinero... mi dinero. –El semibestia levantó su bolsa con una sonrisa, ante los atónitos ojos de Alina.- No sé; divertidme.

-¿Y cómo haremos eso?

-Con la boca, por ejemplo. Soy Igrin.

-Nuestros nombres ya los sabes, así que... para ti seremos... los futuros hijos de Emet.

Yghart acercó una mano. Igrin la estrechó con fuerza.

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Wally!!! Te loveo!!!! x3 <3

16.3.09

39

Se movía de forma intranquila, insistente. Se deslizaba entre los dos sólo para volver a su origen unos segundos después, envolviéndolo, amenazando casi con asfixiarlo, ahogarlo... O por lo menos daba esa impresión.

Angren miraba con atención. Igrin, por su parte, tenía la vista puesta en el suelo.

-Es molesto pensar que eres importante.

-Quiero irme.

-Pensar qué tan distintas hubieran sido las cosas si hubieras estado allí.

-Déjame...

-Quizá... quizá ella estaría aquí.

-No aguanto más.

-Tan solo... Ojalá... hubiera podido decirle algo más... Hacer algo... Lo que ella quería...

-Suéltame...

-¡Maldita sea! ¡Deja de quejarte como si estuviera haciéndote algo y escucha, que no quiero volver a oír quejas sobre qué teníamos que hablar después!

Kieth miró al semibestia con furia contenida. ¿Por qué tenía que volver a preguntar sobre lo que ya le había contado, con dolor y sacando fuerzas del aire, la pasada noche? ¿Por qué recordar cosas tan horribles? Más aún, ¿¡por qué demonios le estaba haciendo caso a una basura de aether artificial resucitado!?

Pero lo vio, y no era él. Igrin no lo miraba. Bajo el parche brillaba algo con luz azulada, algo que le traía recuerdos de cierto tiempo atrás, de un tesoro perdido, robado, y desaparecido por la eternidad.

Tiam, el Suspiro Violeta.

Sacudió la cabeza.

-Eh, pedazo de escoria...

No se movió cuando le habló, pero sí movió las manos cuando hizo ademán de acercarse. Parecía estar espantando moscas. Parecía atento. Hasta movía los labios.

-No más... No lo intentes más...

-Tú, cosa...

-¿Por qué? ¡No tiene nada que ver conmigo!

-Eh, eh. Quieto ahí...

-¡Lárgate! ¡Fuera! ¡Déjame en paz de una maldita vez, puta!

-¡ESTATE QUIETO!

Le bastó una garra para aprisionar los dos brazos del tuerto, que se revolvía y pataleaba, moviendo la cara como si esquivara algo, y contrayéndose de cuando en cuando como si lo golpearan. Un fuerte golpe en la cabeza bastó para acabar con la absurda pantomima.

-Por Azrun padre, que tío más imbécil... Como si yo tuviera tiempo que perder estando aquí de niñera...

Los ojos del dragón destilaban retazos del cúmulo de sentimientos negativos que le provocaba su semejante.

-Qué asco me das, tú... tú... hijo de puta.

-No sabía que los reyes pudieran hablar como les diera la gana. Ya me caes bien... pero sólo un poco.

Se había soltado o lo había soltado; eso no importa. Igrin permanecía con la cabeza apoyada entre las rodillas, sacudiéndose esporádicamente el cabello. Kieth seguía mirándolo, apartando la vista, vigilando los alrededores, y volviéndolo a mirar. Una, y otra, y otra vez.

No hablaban. No había nada que decir.

Lentamente la luz se asentaba.

-Tienes que verla.

-Eso ya lo sé.

-Tienes que encontrarla...

-¿En serio? Eso llevo intentando un par de años.

-Encontrarlas. A las dos.

-¿Las dos?

Silencio. Había demasiado que decir.

-Alguien que me odia más que tú está contigo. -Sonreía. Con la lengua notó que los dientes se le estaban afilando mucho...- Es complicado verla y esperar que se esté quieta... Se enfadó conmigo... Vale, me callo.

Kieth lo miró. Fijó su vista en él. Sólo en él.

-¿Verla...?

-No puedo decirte más o me van a pegar... -La sonrisa se mantenía. La sonrisa torcida de la cara de un loco.- ¡Está bien! Lo diré...

-Yo no te odio -interrumpió el rey, pensando en voz alta.- No puedo doiarte, por mucho que quiera, por muy cercano que fueras porque, sencillamente, no eres ellos... no eres ninguno de ellos tres. Y a uno lo odias como yo, así que... quizá puedas caerme un poco bien.

Cambiaron las tornas. Igrin escuchaba, a pesar de que poco esperaba oír.

-Tengo un problema contigo; lo sabes. No sé qué hacer. A ella la viste y te protegió, porque te quiere... por el mismo motivo por el que quisiera odiarte y matarte aquí mismo. De hecho, tengo autoridad suficiente para hacerte pedazos y que se le haga un juicio a tus restos... Eres un criminal, después de todo. Y sin embargo...

-¿Sin embargo?

-Sin embargo... ellas te han perdonado. Mary... Roalk no me dijo en ningún momento nada sobre ocuparme de ti. No me ha llegado ningún mensaje de su parte, y sé que la has visto... Hueles a ella y a Yoiko un poco, más intensamente de lo que hueles a Erie, y a otras cosas. Y así siguen protegiéndote todos... y no sé por qué.

-Quizá porque una fuerza mayor me protege.

-¿Esa mentira? Imposible.

-Esa mentira... hasta que todo acabe no me dejará morir, y teniendo en cuenta que ya he fallado...

-Eres un muerto vivo... Un verdadero muerto vivo.

-¿Ahora me tienes lástima?

-En absoluto. Disfrutaré el día que estés muerto... pero menos si es ella quien lo hace. Tendré que esperar hasta que pierdas su bendición, y entonces...

-Entonces...

Muerte.

Tragaron saliva. Uno tenía la boca seca, el otro simplemente salivaba en exceso.

-Vete... al Este. -Gruñó Igrin.- A la ciudad donde estuvieron a punto de capturarme. Donde me perdieron el rastro por primera vez.

-¿Qué...?

-Alem ya lo sabe. No sé si irá, si habrá ido, o ninguna de las dos. Lo mismo que el dije a él también te lo pued... ¡Ay! ¡Bien! ¡Te lo tengo que decir!

-¡Pues dilo!

-¡Busca a una puta marica llamada Dariel allí! ¡Es imbécil y es miembro de la guardia!

-¡Bien!

Ninguno de los dos lo dijo, pero ambos pensaron en ese momento que, para ser "marica", Dariel era el nombre de un héroe clásico.

-Ahora que recuerdo... -Voz áspera, casi gutural-. Su cumpleaños era uno de estos días, o algo así me dijo.

-¿En serio? El mío también.

Kieth se echó hacia atrás cuando de pronto el tuerto se transformó en bestia. Igrin se alejó corriendo antes de llegar a oír ningún comentario... tampoco quería. Pero el dragón tenía una voz más potente de lo que esperaba.

-¡Te lo juro! ¡Un día de estos te perseguiré y acabaré contigo, y no habra dios ni diosa ni fuerza en el mundo capaz de evitarlo! ¡Acabaré contigo!

1.3.09

38

-Dicen que la curiosidad mató al gato.

-No sé si ya lo sabes, pero yo ya estuve muerto.

-Vaya, por Nimhé. so no significa que no puedas morir de nuevo.

-...Buen punto. Pero tú fuiste el que dijiste "vamos a hablar", y como yo no tengo nada que decir... Pues venga, habla.

-¿Tienes valor, eh? No te vayas a pasar de listo, que a mí se me van los puños con facilidad.

-Uy, qué miedo.

-¿Quieres sentir miedo?

-...No.

-Bien.

Silencio. El fuego crepitaba frente a ellos.

-¿Y bien?

-¿Y bien qué?

-Eso digo yo.

-Está bien, esta vez te lo concedo. Pregunta.

-¿Otra vez la mierda de preguntar y responder?

-Uy, creo que tengo la mano un poco suelta hoy...

-Vale, vale. Joder. Deja que piense... ¿Por qué cojones odias tanto Ryu? Y no me vale la mierda de "me han quitado...", que aquí los dos somos aether, no héroes dramáticos.

-Primero: no es mierda, es historia; segundo: no me metas en el mismo saco que a ti, escoria.

-Graaaaacias.

-No hay más razones que esas. Ese lugar me trae malos recuerdos, sobre Erie y sobre mi hermana. En cierto modo deberías dar gracias por haber estado muerto en aquel entonces, porque si no...

-No estaríamos mantienendo esta conversación. De puta madre. Entonces, ¿podemos darla por concluida y así yo me voy?

-No.

-Joder...

-No me toques las pelotas, que llevas las de perder.

-¡No me jodas! ¡Pues di lo que quieras decir de una puta vez! ¡Cuenta tu vida, lloriquea o lo que sea! ¡Ni que no tuviera nada mejor que hacer que esperar a que un lagarto decida avanzar! ¡No todos vivimos tantos años!

-No es mi problema.

-Ni el tuyo es el mío. Me largo.

La pesada garra de Kieth lo detuvo, arrojándolo al suelo como si fuera un saco. Gruñó, pero no intentó volver a ponerse de pie.

-No he dicho que puedas irte.

-Putos lagartos...

-Admitiré que tengo un conflicto contigo que va más allá de que hayas visto a Erie y seas un criminal.

-¿Y es...?

-A ti te lo voy a decir.

-¿Y a quién si no?

-¿A ti qué te improta?

-Joder, nunca pensé que esa frase fuera tan tocapelotas...

-La usas mucho.

-Sí.

-No estaba preguntando.

-Pues vale.

Lo soltó. Volvieron a sentarse como antes.

-¿Entonces?

-Aranai...

-¿Quién?

-Te explicaré lo de Ryu.

-¿Quién es Aranai?

-Es... era mi hermana. Ella...

-¿Qué le pasó?

-Está muerta.

-Eso ya lo sé. ¿Qué le pasó?

Silencio. Violeta. Igrin lo veía. Se removía, daba vueltas, abrazaba. Kieth reprimió un escalofrío.

-Ya entiendo...

-¿Qué?

-¿Me lo vas a contar o no?

-Te lo contaré.

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21.2.09

37

-Uno.

Corría, corría y jadeaba sin parar, aterrado, desesperado; corría con todas sus fuerzas.

-Dos.

Tenía que alejarse de allí, tenía que huir, tenía que ponerse a salvo lo antes posible. Y no tenía tiempo.

-Tres.

Huir. Huir. Huir. La palabra se repetía insistente en su cabeza, al única idea clara que tenía, la única idea a la que conscientemente obedecía.

-Cuatro.

Con su agilidad no necesitaba pararse a despegar el camino, solo saltaba los obstáculos, pero no podía pararse a borrar sus huellas tampoco. De todos modos, auneu hubiera podido, hubiera sido inútil. Las pisadas no lo eran todo.

-Cinco.

Las alas. Las alas y el viento se aproximaban, acariciaban su cuello, su nuca, se abalanzaban sobre él. Se agachó, más por instinto que por consciencia, justo antes de que el dragón pasara sobre él, y cambió la dirección de su escapada. El rey arrojó un potente hechizo, como sólo su especie podía hacerlo, pero Angren se encargó de neutralizarlo. Y el siguió corriendo, con el corazón en la garganta, un nudo en el estómago, la mente nublada y las manos sudorosas. Los síntomas del terror.

-Es inútil.

Lo oía, oía un arma alistarse, y la olía. Olía el metal, el cuero, la madera y la magia que la formaba, y sabía que era un arco. O una ballesta. Era algo que desde la lejanía podría matarlo, o paralizarlo, o hundirlo en la agonía, y la idea no era agradable. Y corrió, esperando con profundo pánico el momento en que el proyectil atravesaría su carne.

Se equivocó. Era una cerbatana.

El dardo se enterró en la parte trasera de su rodilla completamente y lo arrojó al suelo sin gritos de dolor, pero con la conciencia de que no era capaz de moverse.

Veneno. Angren se hubiera encargado de la magia en caso contrario.

-No es veneno. -¿Leía su mente?- Es la misma técnica que mi hermana le enseñó a Mary. Golpear el punto adecuado...

¿Mary? No le sonaba ese nombre tan extraño. Pero Roalk había utilizado algo como eso contra él.

-Bueno, no importa. ¿No te dije que era un buen cazador? Dándote ventaja y todo te he capturado en un santiamén. Eso significa que yo gano.

-Hijo de puta...

-¿Qué has dicho? No te he oído bien...

-Un dragón siempre tiene ventaja...

-No es mi problema. Te apuesto que, naciendo pato, te atrapo con la misma ventaja en el mismo o menos tiempo.

-Cabrón...

Lo atrapó, levantándolo agarrado por la quijada con dos dedos, pulgar e índice, y lo obligó a mantenerse de pie.

-Ahora vamos a jugar al juego de "responde a las preguntas de Kieth", ¿entendido? -Con su mano lo obligó a mover la cabeza. "Sí", decía.- ¿Eres el semebestia buscado desde Karime por el asesinato de un comerciante y su hija?

-Sí...

-¿Eres el semibestia acusado del intento de homicidio a un respetable anciano a bordo de un barco mercantil?

-Sí...

Nada de respetable. Puto gairako de mierda.

-¿Eres el criminal acusado por crear disturbios en Rega junto a un sacerdote de Pharan?

-Sí...

-¿Quién es tu cómplice, el que te proveió el camuflaje mágico?

-No es mi cómplice...

Sintió los dedos avanzando lentamente, el pulgar sobre su nuez, los demás pasando uno a uno hacia su nuca. Índice, corazón, anular y meñique. Se acomodaron y lo sujetaron. Piel y escamas se alternaban.

-¡No es mi cómplice! -Inspiró profundamente.- ¡Un favor a cambio de otro! ¡Fue el hijoputa de Alem!

El dragón arrojó a Igrin lejos de sí. El semibestia solo pudo utilizar sus reflejos para caer de pie.

-Te mataría si no lo hubieras descrito como lo has hecho. ¿Qué te pidió?

Cólera, ira. Igrin podía olerlo.

-Me preguntó por la dama...

-Erie...

No se movió de donde estaba, no lo miró directamente. Recordó.

Mitsedraefel huía. Mitsedraefel se escondía. ¿Por qué? ¿De quién?

-Eres Kieth.

-"Majestad" Kieth para ti, basura de Ryu.

-No sabía que un rey pudiera odiar tan libremente a los extranjeros.

-No a los extranjeros; a los hijos de puta que se llevan lo que es más querido para mí.

Se miraron. Kieth encendió un fuego mágico con un movimiento de mano. Igrin se quitó el parche.

Ahí estaba. Estaban. Aura verde y gris asfixiándolo, un espíritu violeta abrazándolo.

Volvió a esconder a Angren.

-¿Quién murió?

-Siéntate. Vamos a hablar.

Sintió el miedo. Sus rodillas flaquearon y, sin poder evitarlo, cayó al suelo, temblando.

-Un movimiento en falso y eres carne de hiena.

No dijo nada, no se movió. Sentía el miedo.

11.2.09

36

Había una hoguera encendida no muy lejos de donde estaba, y hacia allí se encaminó. Se trataba de un grupo de ganaderos en su campamento, pastores con sus ovejas, caballos y perros tomando su merecido descanso tras la dura jornada. Lo recibieron, todos ellos, con miradas cansadas y desinteresadas. Pero fue uno de ellos el primero en hablar.

-¿Qué haces vagando por ahí por la noche, muchacho? ¿Eres acaso un ladrón de caminos?

-No, señor; no. Más bien a mí me han robado, y ahora no tengo donde ir. La luz de su campamento me atrajo.

-¿En serio? ¿Ibas tú solo?

-No, señor. O sí. Éramos mi caballo y yo haciendo un recado cuando nos asaltaron. Yo solo tenía mi montura, mis víveres y lo puesto. Ahora, como puede ver, solo me quedan los restos de lo puesto.

El pastor asintió en silencio. Él entendía y creía según lo que sus ojos le mostraban, y en ese momento se trataba de un jovencito sin experiencia en la vida, probablemente arrojado a la pobreza por el infortunio y la autoridad de otros. Era un chiquillo guapo, aunque no especialmente atractivo, y sin lugar a dudas extranjero: el cabello rojo no era común en Aks'Aether, y los ojos rojos... Mas, sin embargo, todo apuntaba a que el jovencito decía la verdad, especialmente en cuanto a sus vestiduras... o los restos de éstas. La única forma de describir ese atuendo era como jirones de ropa y harapos, lo cual no era muy positivo, y el ganadero se encontró, de pronto, preguntándose si el chico no pasaría frío así vestido.

-¿Señor?

-Siéntate, muchacho, y come algo de nuestro pan. ¿Cómo te llamas?

-Igrin, señor.

-Igrin, ¿eh? Bueno, pues. Da gracias a quienquiera que sea el dios que sigas por habernos encontrado, y ponte cómodo. Ah, y no necesitas llamarme señor.

-Gracias... Lo cierto es que comenzaba a extrañar la presencia humana y la buena comida.

Igrin sonrió. El pastor miró con sorpresa aquella hilera de blancos y bien formados dientes, pues nunca antes había visto dentadura igual. Y luego lo ignoró.

-No tenemos mucho que darte, de todos modos, porque aún nos queda mucho camino que hacer con las ovejas, pero bien te irá comer algo...

-No se preocupe; en seguida quedaré satisfecho.

Cerró los ojos. La sonrisa no desapareció.

El pastorcillo volvió a su propia comida. Lo último que hizo fue ordenar silencio a los tres perros que él y sus compañeros tenían y usaban para guiar las ovejas. Lo último. Después, la cabeza voló lejos de su cuerpo, y como de una fuente eterna manó la sangre desde su cuello. O los restos de éste.

Igrin lamió sus garras sin dejar de sonreír. Los otros pastores seguían demasiado impresionados como para hacer algún movimiento mientras el semibestia saciaba su sed, en varios sentidos.

-¿Ven? Con esto ya no tengo la garganta seca.

-¡Hijo de puta!

El primero de los tres pastorcillos en espabilarse se lanzó hacia él con un grito de guerra y una fusta de caballo como única arma. Para contrarrestar el ataque, Igrin se limitó a arrojarle uno de los perros, que gimoteó de forma lastimera al verse agarrado por la piel del cuello y tratado como un saco de arena. Los otros dos no tardaron en intentar un ataque también, acompañados de los dos chuchos que quedaban y armados con las navajas que usaban para esquilar su ganado. Igrin se desembarazó de los canes a patadas y a los hombres los despachó de un empujón tras quitarles las navajas, agarrándolas con sus gruesas y largas uñas. Y las arrojó lejos de sí.

-No quiero luego que nadie me diga que la gente puede ser pacífica ni mierdas de esas. -Agarró a uno de los hombres por el cuello-. ¡Toda mi vida he estado engañado, pensando que los pastorcillos solo se ocupaban de sus ovejas y follaban con pastorcillas cerca de ríos y lagos! ¡La gran mentira de la poesía!

Clavó las uñas, desgarró la carne, rompió el hueso. Sangre y restos de carne se añadieron al superficial guante de las garras.

El hombre que quedaba gimió, aterrado, y un oscuro charco se formó debajo de él desde sus pantalones. El semibestia lo ignoraba, ocupado como estaba en reventar los cráneos de los perros a base de golpes contra el suelo, y en arrancar los huesos del cuerpo descabezado del primer pastor intentando dañar lo menos posible todo lo demás.

-¡Mátame! ¡Mátame, por favor!

Igrin lo miró. Si otras hubieran sido sus habilidades, el deseo del ganadero se hubiera cumplido.

Una daga cayó a los pies del inocente.

-Hazlo tú mismo. Yo estoy ocupado.

Los dientes del semibestia, grandes y afilados en un rostro deforme, se entretenían extrayendo algo de los huesos que ya había conseguido.

La desesperación pudo con él. El metal desapareció en el interior de un enjuto cuerpo una, dos, tres, incontables veces, entre gritos y guturales sonidos que no distrajeron a Igrin de su cena.

La noche avanzaba, con una suave brisa, brisa cálida de primavera, soplando como acompañamiento. Nunca aumentó tanto su intensidad como para resultar molesta.

-Ideal para una merienda de campo.

Tan ideal era la merienda que Igrin bajó su guardia, y a medio transformar y cubierto de sangre, tripas y babas recibió a un príncipe de cabellos de plata que vestía como un viajero y era portador de un impresionante acero.

Y sin miramientos el príncipe lo levantó por la pechera, con manos que eran garras escamosas.

-Huelo sangre y huelo a Erie y me encuentro una rata comportándose como una hiena. Qué ironía.

En la espalda del príncipe brillaban dos escamosas alas plateadas e Igrin entendió, sintiendo el terror, que no estaba ante un príncipe, sino ante un rey.

Un rey dragón.

20.12.08

35

Era Menadra la llorona, y a la vez la confusa, la iracunda, la desesperada y la impasible. O era simplemente Menadra.

-¿Por qué lo has hecho?

Silencio. Ni él pensaba contestar ni ella esperaba respuesta.

-¿Por qué? No era tu problema, no tenía nada que ver contigo. ¡Nadie te pidió que te metieras! Y aún así... Y ahora... ¿¡Por qué!? ¡¡No lo entiendo!! Por qué tú...

-Tú lo dijiste, que querías ser libre, irte, experimentar cosas nuevas... Yo he concedido tu deseo.

-Esto no es lo que quería.

-Es lo que dijiste que querías.

-Pero no significa que de verdad lo quisiera.

-Entonces ten más cuidado la próxima vez que pidas algo, no sea que te lo den.

-¡Pero ahora lo necesito de verdad!

-Lástima que ya no habrá más veces.

-¿¡Por qué!? ¿¡Qué te hice para que me pagaras así!? ¡Tú sabías mejor que yo y mejor que nadie que esto no es lo que quería!

-Te lo debía, ¿no?

-¿Que me lo debías? ¡Yo he cuidado de ti por casi dos semanas! ¡Me he dejado la piel, he soportado tus humillaciones y abusos, y dices que me lo debes y me lo pagas de esta forma...!

-Por supuesto. Cuidaste de este engendro, de este patético enfermo, de este monstruo desalmado...

Silencio. Lágrimas. Una sonrisa.

-Sí, te lo debía. Y la oportunidad de pagarte ha aparecido como regalo divino, ¿no crees?

-¿Por qué te burlas de mi desgracia, que tú mismo has provocado?

-¿Y por qué no?

-Todo eso que has dicho... Antes no lo pensaba de verdad, o eso creo, ¡no lo sé! Pero ahora... ¡Eres un cretino, malnacido, desalmado, demonio despiadado!

-No sabes cuánta razón tienes.

-¡Deja de reírte de mí! ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Adónde voy a ir? ¿Qué voy a comer?

-Puedes comerte la mierda que siempre llevas encima.

-¡Basta! Basta, basta...

-Eres una puta llorona.

-Déjame en paz...

-Deja de lloriquear como una mocosa. Ya estás grandecita para eso.

-¿Y qué quieres que haga? Estoy... ¡estoy perdida!

-¡Véndete como la puta que eres!

-¡No soy de esas! Y aunque lo fuera, en Aks'aether hace tiempo que se prohibieron los burdeles, ya solo existen las cortes privadas, y a mí nunca me aceptarían en una de esas.

-Putos lagartos estirados.

-¡Deja de insultar y blasfemar!

-¡Déjame hablar como me dé la puta gana, gilipollas!

Un grito, fruto del miedo y de la tensión. Todo era difuso para ella en ese momento, salvo esa burlona y despiadada sonrisa.

-No lo entiendo... No lo entiendo...

-Yo sí lo entiendo: cuando te aceptan en una casa de acogida como criada esperan que trabajes, no que estés todo el maldito día quejándote y lamentándote como una mocosa, así que si encima gastas más de lo que ganas, no es sorpresa que acepten ofertas por ti.

-Pero lo normal es que, si compras algo, te lo quedes. Y tú...

-Ya te lo he dicho; como se te ocurre seguirme te rajo, te destripo, se arranco la cabeza... No sé, la forma que más bonita te parezca de morir.

-¿¡Por qué!? ¡No lo entiendo!

-¡Me cago en la puta! ¡Deja de decir "no lo entiendo" de una jodida vez, niñata imbécil!

-¡Pero es verdad que no lo...!

-¡Ya cállate!

Una mano en la boca. La lengua atrapada. De un tirón podría arrancársela, o de alguna otra manera.

-Me importa una mierda o que entiendas o lo que no entiendas, me importa una mierda lo que pienses o dejes de pensar, y me importa una mierda cómo te sientas o te dejes de sentir. Básicamente, me importa una mierda tu vida, pero estaba aburrido y necesitaba arruinársela a alguien, y tú eras divertida. Así que supongo que te doy las gracias por todo lo que me he podido reír a tu costa.

El tono, la expresión, las palabras. De pronto sabía que ahí había algo más, que tenía que haberlo. Se soltó para decirlo.

-No lo has hecho por eso realmente. Querías que yo aprendiera, que sacara algo de todo esto. Querías... querías que aprendiera a ser luchadora y agradecida por los que no pueden tener lo mismo que yo, ¿verdad? Por los que tienen menos. Pero ese discurso ya lo eh escuchado tantas veces... Para mí es imposible cambiar.

-Ahórrame el cuento y lárgate. Aún puedo matarte si quiero, sin hacer ruido, y largarme antes de que me vean. Te perdono porque me das pena y porque sé que eres tan patética que te morirás tirada en algún rincón de la calle, después de que te violen.

-Eso no es cierto.

-Lo que tú digas.

-Gracias.

Una sonrisa. La primera sonrisa de la verdadera Menadra, la primera que él veía.

Escupió al suelo, asqueado.

-Creo que me estoy volviendo demasiado blando.

25.11.08

34

Menadra tenía los ojos del color del estiércol a veces, o el de los días nublados otras. Su piel era de un azul oscuro por la falta de sol, con un aspecto más gelatinoso que líquido. Era la kalazhi'ni más desagradable que había visto jamás.

En los días pasados bajo su cuidado, Igrin había descubierto que tenía muchas, muchas caras. La obediente, la iracunda, la desolada, la sarcástica y la maternal. Lo que le sorprendía era no haber visto ni una sola sonrisa sincera. Y que pasara de una a otra con tanta facilidad.

En aquel momento estaba con "la desganada", el rostro más común de la joven. Y él no podía dejar de mirarla.

-¿Qué?

-Me voy a poner enfermo si sigues con esa cara de muerto. ¿No eres persona o qué?

-Ya estás enfermo y ni idea.

-Eso no significa que puedas ir con esa cara por ahí. Da asco.

-Vale.

-Puta niñata borde. Si no estuviera...

-Cállate y come. Tienes una deuda.

El tuerto tiró el cuenco al suelo de un manotazo. La cuchara salió volando, lejos del lecho, y el potaje cayó a los pies, desparramándose por el suelo. Menadra solo miró el estropicio durante varios segundos, impasible, mientras Igrin la miraba a ella.

-¿No piensas recogerlo?

No contestaba. Estaba ausente, pensando, en su mundo.

-¿Quieres que llame a la patrona?

-No hace falta. Puedo hacerlo sola.

-Pues hazlo.

-Luego.

Era exasperante. Siempre, siempre que era "la desganada" hacía lo mismo. Era más divertida "la iracunda", o "la llorona".

Con un rápido ademán se quitó las mantas de encima y, con agilidad, saltó el charco de crema de verduras que había junto a su cama en dirección al trapo que siempre había a mano para limpiar... por si acaso.

-No...

-¿"No" qué?

-Ya lo hago yo.

-Si ibas a hacerlo tú pues haberte movido antes. Ahora lo hago yo.

-Pero...

-¿"Pero" qué?

-No... Ya lo hago yo.

-Que te den.

Se agachó a limpiar. Menadra se removió, inquieta.

-No deberías...

Empezaba frases pero no las acababa. Menadra "la desolada" o "la exasperante".

Falso. Siempre era exasperante.

Y seguía allí, de pie, sin hacer nada.

-Menadra...

-¿Qué?

-¿Piensas moverte o vas a estar ahí parada como gilipollas todo el puto día? La cuchara se fue volando por ahí; búscala. O recoge el plato. Pero haz algo.

-S - sí...

-¡Pues muévete!

-¡Ya cállate! ¡Me doy cuenta de las cosas yo sola! ¡Estoy harta de que me grites, te quejes y me des órdenes como si yo fuera tu criada! ¡Solo me dijeron que te cuidara, no que sorportara tu estupidez, engendro! ¡Si el señor Ludovico no lo hubiera dicho ni siquiera lo haría! ¡Y ya que tú has tirado el maldito plato, tú mismo lo vas a recoger!

Por eso era divertida Menadra "la iracunda". Porque decía lo primero que se le pasaba por la cabeza...

-¡Estoy harta de que me estén mandando todo el tiempo! ¡Estoy harta de estar aquí! ¡Si tuviera algún otro sitio donde ir me largaría y no volverá jamás! ¡Estoy harta de no ser nadie, de ser tratada como basura, de no importarle a nadie! ¡Quiero que me dejen en paz de una maldita vez! ¡Que me escuchen y que me dejen en paz!

...Aunque no tuviera sentido.

-Si no quieres que te traten como mierda -replicó el tuerto, conteniendo la risa- deja de parecer una. Hueles mal, para empezar.

-¡No siempre! ¡Si un maldito imbécil se pasa medio día vomitándome encima y me toca limpiar a los mocosos y me toca estar en la cocina, es normal que me ensucie! ¡Maldición!

-¡Pues aprende a bañarte o lo que sea! ¡Das asco!

-¡No menos que tú!

-¡Yo estoy enfermo!

-¡Por una estupidez tan grande como que te pegaran en la cabeza! ¡Si yo me pusiera enferma cada vez que me han pegado estaría muerta! ¡Y ojalá lo estuviera!

Silencio.

Igrin terminó de limpiar la comida del suelo, recogió el plato y buscó y encontró la cuchara, y se lo tiró todo encima a Menadra. Ella se limitó a evitar que las cosas volvieran al suelo, manchando los harapos que usaba en lugar de ropa. Se las arregló como pudo para abrir la puerta y salir, volviendo a cerar dese fuera sin hacer ruido.

Igrin había aprendido también que Menadra detestaba los ruidos.

Entre carcajadas volvió a echarse sobre el lecho, apartándose el cabello de la frente. Lo que le gustaba de Menadra era lo divertida que era, a pesar de su carácter, a su pesar de su aspecto. Le encantaba hacerla cambiar de cara, ponerla furiosa o hacerla llorar. Era magnífco cuando era una persona con miedo a todo.

Podría seguir fingiéndose enfermo si era solo para molestarla un poco más.

19.10.08

33

No podía parar de vomitar. De hecho, su propia comida rechazada era lo que lo había despertado, y desde entonces no había parado de regurgitar, comida, jugos y hasta sangre. En los intervalos entre espasmo y espasmo había intentado mirar a su alrededor, pero el sudor le impedía abrir bien los ojos, y el mareo no lo dejaba concentrarse. Por suerte para él su consciencia decidió desvanecerse al cabo de unos minutos, menos de una hora después.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Por el olor supo que estaba con una mujer. Por el olor supo, también, que no le gustaría acostarse con ella. No era una esencia muy agradable, que sugiriera limpieza ni nada por el estilo. Olía a sudor, a estiércol, a polvo y a descomposición. Sintió que su estómago se revolvía de asco y, a la vez, clamaba por un poco de paz.

No recordaba sus episodios de vomitar lo poco que ingería, que lo hacían ingerir, para que no muriera de inanición. Todo estaba oculto tras la espesa capa de la fiebre.

Abrió los ojos de golpe y los volvió a cerrar de inmediato. La luz, más fuerte de lo que él pensaba que sería, lo golpeó con fuerza. Pero aquella mujer lo estaba tocando, y la impresión olfativa que tenía de ella no le gustaba en absoluto. Volvió a abrir los ojos lentamente para poder mirarla, y se encontró de frente con los de ella.

Podría haber sido bonita de haber estado arreglada, aseada, y no con ese aspecto de pordiosera. Podría haber sido muy bonita. Incluso podría haberle gustado.

La verdad es que le daba asco.

-Lo mejor es que sigas durmiendo. Llevas dos días vomitando todo lo que comes, y lo que no comes también. Y no tenemos dinero para pagar a un médico tampoco, así que será mejor que cooperes.

Habría contestado de no haber sentido la boca llena de llagas.

-Bébete esto. Calmará el ardor y te refrescará la garganta. Pero procura no volver a echarlo después.

Quería levantarse e irse. Necesitaba salir de ahí. Angren, su alma y su cuerpo se lo pedían. Pero se sentía incapaz de mover un solo músculo.

Se tomó lo que la mujer le daba según ella se lo fue echando en la boca, inclinando en recipiente que lo contenía. Era una pasta sin olor y de color raro.

-Es mejor que no tomar nada -siguió hablando ella.

La pasta se acabó. La mujer apartó el cuenco de su rostro y limpió con un trapo lo que había salpicado. Mantenía la vista perdida en algún punto, aparentemente, en el interior de sí misma. Resultaba exasperante.

-¡Menadra! ¡Ven a ayudar con la cocina!

Sin poder discernir muy bien cómo, supo que Menadra era ella. Quizá por la expresión de su rostro. O porque cambió su punto de mira. O porque apretó las manos, y el paño con ellas.

La mujer permaneció estática, en silencio. Él la observaba mientras luchaba contra el sueño.

Ahora sabía que la principal fuente de luz y calor del cuartucho era un candelabro de cuatro brazos.

Cuatro.

Apartó la idea.

-¡Menadra! ¡Ven aquí de una vez, niña!

La vio levantarse lentamente, con desgana, con ese rostro tan inexpresivo mutando, de pronto y sin razón, en una sonrisa de labios curvados. La vio dirigirse a la puerta, detenerse antes de abrir, y girarse hacia él para mirarlo.

-El señor dijo que te llamabas Igrin y que cuidáramos de ti. Ahora duérmete.

Obedeció sin quererlo.

28.9.08

32

Vagaban por el campo, por el camino. No tenían nada que hacer y, aparentemente, un rumbo común. Todo parecía tranquilo alrededor.

-Qué mala fortuna que la jovencita hubiera sido devorada por bestias -comentó Powelki de pronto.- Así es imposible señalar un culpable, y el dolor de su padre será eterno...

-Pues que se joda, por hijo puta.

-Caray, qué duro. ¿Tanto le molesta haber sido despedido?

-¿Y a ti no? Joder, me hace falta dinero para poder viajar.

-Bueno, yo más bien estaba con ellos por petición de alguien... En todo caso, sé que no se va a molestar por que me hayan echado.

-¿Ah, sí? ¿Entonces qué clase de mandado eres tú?

-Uno que hace recados por un dinero y vive tranquilamente.

-Joder, qué coñazo de tío.

Powelki sonrió. Igrin bufó, hastiado.

La muchacha había sido encontrada junto a un riachuelo, con las ropas desgarradas y el cuerpo ya frío y lleno de mordiscos y arañazos. Powelki, muy diligentemente, había señalado que él había visto a Ratz hablar con ella antes de irse a dar una vuelta alrededor del campamento, por lo que el líder había estado a punto de sacar sus armas para descuartizar allí mismo a Igrin. Sin embargo, el astuto semibestia había contestado que él la había compañado después de verla alejarse con lágrimas en los ojos de Powelki, consolándola por su corazón roto, y como prueba había mostrado una carta de amor firmada por la chica, que se encontraba dentor de uno de los bolsillos de sus vestiduras. Así el asunto, y con el mercader a punto de estallar de ira, los dos se habían visto obligados a marcharse, so pena de lanzar a la justicia contra ellos, acusados de asesinato.

Y así, desde aquella misma mañana, los dos hombres vagaban sin destino aparente en una misma dirección, comentando las jugarretas del destino.

-Mira que tengo mala suerte para que me acompañe un mierdas como tú -escupió Igrin, de mal talante.

-Qué pena que no le caigo bien.

-¡Joder! ¡Si es que hablas como una nenaza, pareces una nenaza y te comportas como una nenaza! ¡Puto maricón!

-Aaaaaah, bueno.

-¡Joder! ¡Al menos reacciona un poco!

-¿Por qué?

-Pues... Porque...

Igrin calló y se detuvo. Powelki se detuvo un par de pasos más lejos y se dio la vuelta para mirarlo.

-Maldita sea, estoy perdiendo la paciencia contigo, cabrón.

-¿Ah, sí? Bueno, yo lo que tengo claro es que anoche no le hablaba así a la señorita. Qué raro que, después de consolarla tan amablemente, ella prefiriera irse a vagar sola por el campo en vez de volver a dormir con los suyos.

-De hecho, ella ni siquiera quería pisar el campamento con tal de no verte. Ahora entiendo por qué, puto petardo.

El moreno se rascó la barbilla, pensativo.

-Entonces se dieron una vuelta larga.

-Más o menos.

-Tanto, que tú no volviste hasta que amaneció.

-¿Ah, sí? No me di cuenta.

-Ahora que lo pienso, el animal que la mató debe ser bastante grande... Las marcas de dientes, al menos, eran enormes.

-Sí, lo sé. Tiendo a morder con ganas.

Powelki no sonreía, mucho menos teniendo que esquivar el repentino ataque de Igrin.

Con el rostro y las manos a medio transformar, el camuflaje mágico se deshacía ante los ojos del mercenario. Los dos hombre se miraron durante un segundo antes de que el tuerto volviera a atacar. Powelki solo lo esquivaba.

-Es el que tiene una orden de búsqueda y captura por medio continente...

-Y me falta el otro medio.

Un zarpazo, y una daga que se interpuso en el momento justo.

-¿Es una afición acaso?

-No, pero hay que verle el lado positivo. Si no, se vuelve un coñazo y te entran ganas de sajar gargantas.

-Eso no está muy bonito.

-Yo creo que sí.

Una finta, otro golpe, un paso hacia atrás. El látigo de Powelki detuvo los brazos de Igrin.

-¿Y cómo se llama en realidad, por cierto?

-¿Y a ti qué coño te importa?

-En realidad poco, cierto.

Un tirón. La mano del moreno atrapada entre los dientes del asesino.

-Ja'eh 'ien.

-¿Qué?

Un rodillazo. Igrin escupió su presa y se dobló sobre sí mismo.

-Eso es un golpe bajo.

-¿Qué decía antes?

-Que sabes bien.

-Ah, ya... Bueno, no tengo ese tipo de inclinaciones.

-No era una propuesta y... cualquiera lo diría, con esas pintas.

Una patada y un esquive. Daga y látigo en mano uno, daga y espada en mano el otro. Se miraron.

-No tengo ganas de jugar como los niños.

-Yo tampoco.

Arroja. Esquiva. Atrapa la espada, pero suelta el látigo antes de caer en el truco anterior. Igrin se lo lanza todo, Powelki se acerca mientras lo esquiva. Las manos hechas garras otra vez. Se clavan y mana la sangre, tibia y pegajosa, dulce y salada a la vez.

Y se vuelve todo negro.

-Eso me dolió -comenta Powelki mientra apaña un vendaje para su hombro izquierdo.

17.9.08

31

Frío.

El agua era frío, helada. Se le estaban congelando las manos, los pies, el cuerpo entero. El cabello se le erizaba estando allí y, a la vez, se pegaba a su cuerpo. Por lo menos su ropa estaba fuera.

Pero tenía frío.

No quería salir, porque entonces el aire de la noche lo haría sentirse helado, y no tenía modo de calentarse allí, en ese momento, en ese lugar. Tendría que volver, y aún no podía. Era muy pronto para regresar.

Salió al fin, pero hacía frío.

Frío.

Ella seguía en el agua, donde hacía frío, pero seguramente no lo sentía ni le importaba. Él la miró un momento, meditando. Si a ella ya no le importaba estar ahí, ¿estaría mal sacarla? Él prefería no hacerlo, pero quizás... Si instinto le decía que hiciera lo contrario.

Suspirando, sacó una moneda del saco que estaba entre sus ropas y la lanzó al aire. La cogio al vuelo, la puso sobre el dorso de su mano, y la miró. Finalmente volvió a guardar la moneda y la sacó a ella del agua.

Se vistió en silencio, mirándola de reojo. Tenía los ojos cerrados y sonreía. Era extraño ver a alguien así después de... meses. En circunstancias tan distintas, además.

La vistió, aunque sin mucho cuidado, y luego la dejó allí. Él ya estaba seco, tranquilo, y más o menos entrado en calor. Ya no sentía frío.

Miró una última vez el cielo, tan oscuro y tan luminoso a la vez, lleno de estrellas. El lago, tan brillante con la luz nocturna reflejada en él, con un tono carmesí aún visible. A ella, con su sonrisa eterna y sus ojos perdidos tras sus párpados, tan fría como el agua.

La noche era más cálida de lo aparente.

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El líder de la caravana se había despertado temprano esa mañana con la intención de revisar sus mercancías. Su mujer y sus criados dormían en silencio, y los dos guardaespaldas que había contratado permanecían junto a los restos de la hoguera. Se sentía orgulloso de lo que tenía, de lo que había alcanzado, y esperaba poder llegar mucho más alto aún...

Alegre, fue a despertar a su hija para que, como siempre, le ayudara en las cuentas y siguiera aprendiendo sobre lo que un día le tocaría manejar, pero no la encontró, no dentro del carro. Sus mantas, incluso, permanecían dobladas como las había dejado su mujer la noche anterior para ella. Extrañado, se preguntó si quizá hubiera dormido a la intemperie, pero no... No estaba allí.

-Powelki, Ratz, en pie. -Ordenó, saliendo al círculo. El primero de los mercenarios se levantó, acomodándose su bufanda al cuello y apartándose el cabello del rostro. El segundo miraba al horizonte, sin reaccionar.- ¡Ratz! ¡Levántate! ¡Tú, el pelirrojo! Maldito perro, ¡que te muevas!

Powelki le dio una disimulada patada a Igrin, que reaccionó en ese momento.

-¿Qué? -El mercader lo miró con una expresión de furia.

-Maldita sea... ¡Mi hija ha desaparecido, par de inútiles! ¡Si no queréis que yo mismo mande que os maten, id a buscarla ahora mismo!

Powelki asintió con la cabeza, sin decir nada, y se dio media vuelta. Igrin lo siguió con un suspiro de hastío.

-Estoy harto -murmuró el semibestia.- Para la mierda que vaa pagar...

-Entonces no lo haga por el dinero, sino por su conciencia.

Igrin se detuvo un momento. Powelki estaba unos pasos por delante de él y le hablaba.

-Aunque, claro, haberse llevado a la hija del jefe y haberla abandonado en el campo, muerta o a su suerte, debe ser algo duro de tener en la cabeza...

-¿Qué?

Powelki sonreía, una sonrisa falsa, cínica, que despejó todas las preguntas de Ratz... de Igrin.

-Apúrese. Tenemos que buscar el cuerpo de la señorita.

-Evita a los magos.

-Sí.

-No vayas por caminos muy transitados.

-Sí.

-Intenta ser amable.

-Sí.

-Come bien.

-Sí.

-Descansa bien por las noches.

-Sí...

-Cuida tu dinero, que tienes poco.

-Ya lo sé...

-Y recuerda lavarte, que hueles a muerto.

-Muerto tu padre, cabrón.

Yoiko le lanzó una dentellada a Igrin, que este a penas esquivó. La manga de su camisa quedó ligeramente rasgada.

-¿Algo más que quieras decirme, “mami”?

-Que te largues de una maldita vez, o Roalk vendrá con intenciones asesinas hacia ti.

-Eso es bueno. Me gustan las mujeres violentas.

-Tú tócale un pelo y yo mismo me encargo de que se te acaben los días de fiesta.

El semibestia gruñó mientras recogía su bolsa del suelo. El lobo permanecía sentado frente a él. Comenzó a hablar cuando lo vio dar media vuelta y empezar a caminar.

-No sé si te lo dije -alzó la voz todo lo que pudo, haciéndola sonar ronca-, pero la cagaste. Ella podría haberte devuelto tu ojos a cambio de la joya si te hubieras portado mejor.

-¡Que se joda!

-¡Eso a ti, bicho feo y malo!

Roalk llegó corriendo y arrojó una piedra en dirección a la cabeza de Igrin. Éste la atrapó al vuelo sin aparente dificultad, antes de girarse para hacer un gesto obsceno hacia la pareja con la mano libre. La chica no pudo controlar una especie de agudo gruñido de rabia.

-¡No entiendo para qué la dices nada! ¡Ese... idiota no soltaría esa joya ni aunque le fuera la vida en ello!

-Lo divertido es que lo haga.

Igrin ya se perdía en la espesura, en dirección al linde del bosque. Roalk se dejó caer al suelo, junto a Yoiko, mientras lo veía avanzar.

-¿Por qué te preocupaba tanto?

-Porque creo que, de haber sido las cosas distintas, me habría llevado bien con él.

-Im-po-si-ble. Tú eres majo, y ese bicho feo, malo y desagradable pues... como que no.

El lobo esbozó lo más parecido que tenía a una sonrisa, mostrando todos sus afilados dientes.

-¿Qué hay de ti? ¿Por qué has hecho eso?

-Porque sé que su curiosidad será más fuerte que él.

-¿Irá?

-Y tanto que sí. Ya lo verás.

El día recién amanecía. Bajo la clara luz del sol, un mar verde de hojas de árbol los envolvía.

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Este capítulo ya estaba escrito, pero creo que ahora ha quedado mejor. Eso sí, y lo siento por Mary, sí que es más corto. En todo caso, creo que me tomaré unas vacaciones de la historia hasta... No sé, puede que octubre, o septiembre después de los exámenes. Necesito recuperar mi espíritu creativo y las energías para escribir... He recibido un golpe duro.

Y sí, aquí concluye el segundo interludio y la segunda temporada. Quedan dos.