Everlasting Sight

Era de noche, la primera de su viaje. Se habían detenido un momento para comer algo y descansar. Antes del desayuno de la mañana siguiente habrían llegado a su destino.

No habían encendido hoguera, aunque la noche era fresca. Se notaba –cada vez más- la cercanía del cambio de estación.

Revisaban lo obtenido de los bandidos.

-No entiendo por qué el empeño en quedarte con sus cosas. –preguntó Dariel.

-Quizá porque no tengo gran cosa ahora mismo, y cualquier añadido es bueno. –Respondió Igrin.

Guardaron silencio y comieron. Tenían algunos frutos secos y empanadas frías, lo primero para los prisioneros, lo segundo para ellos.

-¿De dónde eres? –preguntó en esta ocasión Igrin.

-¿Ah? Pues… del sur de Aks’atar. –respondió Dariel.

-Se nota…

-¿Por qué la pregunta?

-Pues… Por los rasgos, el color de piel… Eres muy moreno para ser natural de esta zona. ¿Cómo llegaste a parar aquí?

-Pues… Fue de niño. Mi madre tuvo un problema con mi padre y nos trajo aquí a mi hermana mayor y a mí. Ella está casada y se fue a vivir hace un tiempo más al norte… y yo sigo en el mismo lugar de siempre.

-¿Y Arti? –Igrin terminó su empanada.- ¿De dónde es ella?

-De Karime, al sur también. Nos conocimos a los dieciséis años, de hecho.

-¿Ah, sí?

-Sí, aunque es como una hermana pequeña para mí. Siempre nos entendimos muy bien, y todo eso… Y compartíamos nuestro sueño al principio.

-¿Qué sueño?

-Pues… ser artistas. –Dariel se echó hacia atrás.- Durante años quisimos dedicarnos a eso, ella escribiendo y yo pintando… Pero, ¡maldita sea! Si no tienes un buen apellido no sirve para nada tener talento…

-Y por eso terminaste metido en la guardia, supongo.

-Sí, pero lo odio. Hay tanta gente estúpida ahí metida, todos tan cerrados, tan cuadrados, tan… típicos.

Igrin se echó a reír. Dariel lo observó sin decir nada.

-Tú vas con tu corte marcial –explicó el tuerto, haciendo referencia a su cabello-, vas con tu uniforme, llevas a un puñado de presos a que los ejecuten en la ciudad…

-En reali…

-“Van a un juicio”, y eso se lo cree su abuela porque si no le da mucha pena. ¡Estupideces! Van a colgarlos, así de simple.

El soldado no dijo nada. Sabía que el otro tenía razón, y hubiera sido estúpido replicar algo en contra. Él mismo pensaba así en su interior, pero no podía exteriorizarlo.

-Cambiemos de tema –dijo al fin.- ¿De dónde eres tú? Tienes unos rasgos… extraños. Nunca había visto a nadie así.

-Si tengo que ser sincero… Ni me acuerdo.

-¿Qué? En fin, ¿y lo del ojo? Al menos tendrás una historia interesante sobre eso…

-Me atacó una mantícora y me lo arrancó. Me salvé de morir por poco.

-¿Cómo fue?

-Una hechicera.

-Ah…

Siguieron guardando silencio. No tenían realmente de qué hablar. Al fondo, algunos presos lloriqueaban por su mala suerte al haber sido apresados, y otros comentaban posibles venganzas… en caso de que consiguieran escapar.

-¿Quién hace la guardia, tú o yo? –preguntó Igrin al final.

-Yo mismo. Tú vete a dormir un rato.

-Como quieras.

Igrin subió al interior de la carreta.