Everlasting Sight

Una luz pálida inundaba la casa, entrando por los resquicios que las cortinas no cubrían de las ventanas. Todo estaba en silencio, pues no hacía mucho que había amanecido.

Las maderas crujían.

Toc. Toc. Toc.

-¿Hermano? Despierta, hermano…

Ryava amasaba de forma nerviosa la tela del chal que la cubría por encima del camisón que usaba para dormir.

-Hermano…

Todo seguía en silencio.

Ryava suspiró, irritada. No solía despertar a su hermano y mucho menos a aquellas horas, pero necesitaba hablar con él urgentemente, antes de que fuera tarde.

Estiro la mano hacia el pomo con intención de abrir la puerta. Un suave roce en la nuca la asustó en ese momento, y una mano le impidió gritar.

-¿Qué haces despierta, Ryava? –La chica miró a Igrin con los ojos exageradamente abiertos, aún nerviosa y sin recuperarse del susto.- ¿Qué?

-¿Qué haces… despierto tú? –Respiraba agitadamente, mientras con una mano aferraba fuertemente su chal.

-No sé si te acuerdas de que me largo.

Silencio. Ryava miraba el suelo. Igrin la miraba a ella, despectivo.

-Hazme el desayuno al menos. No nos volveremos a ver.

Se dirigieron a la cocina. En el camino, la pelirroja encendió un candil para iluminar un poco más la casa.

-¿Qué quieres?

-Me vale con un poco de leche.

-Bien.

Ryava le sirvió. Igrin se recostó contra la pared mientras bebía. Ella, de brazos cruzados, lo miraba.

-¿Tengo algo en la cara, o me vas a decir ahora que no quieres que me vaya?

-No quiero que te vayas.

-Pues haberlo pensado antes de poner a tu hermano en mi contra.

-Pero… ¿No dijiste que lucharías por mí?

-Eso no quita el hecho de que tenga que largarme.

-¿Y si... convenzo a mi hermano? ¿Y si le digo que te deje quedarte?

Igrin escupió la leche que estaba bebiendo y se echó a reír. Ryava lo miró, roja de indignación.

-¡No tiene gracia!

-¿Cómo que no? ¿Te piensas que soy un muñequito que puedes manejar a tu antojo, que ahora le dices que sí, luego que no, y más tarde quizás? Por favor, es patético.

-No deberías ser tan duro conmigo.

-¿Y por qué no? Tú has sido dura conmigo.

Ella lo miró a los ojos, furiosa y dolida. Él sonreía con sus dientes perfectos, la miraba con sus ojos de fuego, y su cabello rojizo se mecía ligeramente cada vez que él movía la cabeza… Era encantador.

-Deja de mirarme, joder.

-Lo siento.

Ryava salió de la cocina sin decir palabra. Igrin se detuvo a medio camino de rellenar su vaso al verla salir.

-¿Adónde vas?

-A hablar con mi hermano.

La chica se marchó llevándose el candil, dejando a Igrin desayunando en penumbra. La puerta del cuarto de su hermano, cuando llegó a él, seguía cerrada.

Toc. Toc. Toc.

-¿Hermano? ¿Sigues enfadado conmigo?

No hubo contestación.

Ryava comenzaba a desesperarse.

-Bien, no me abras si quieres. –La chica se dejó caer al suelo, con la espalda apoyada en la puerta.- Yo te hablaré de todos modos, porque sé que con este ruido debes estar despierto… Bien, te lo diré directamente: me iré con Igrin. Tengo que hacerlo, he sido injusta con él, y ya hablasteis anoche… Hubo cosas que no te dije, pero es que no soporto cómo se comporta a veces y… y no puedo evitar que me enfurezca, pero eso no es excusa. Tengo que irme con él, será lo mejor, porque, después de lo que ha dicho… -Suspiró y dejó el candil a su lado, en el suelo.- En el fondo sí me gusta, pero no sé si le quiero. Tendré que comprobarlo, ¿no? Así que… Lo siento, hermano, pero digas lo que digas no impedirás que me marche con él.

Silencio, otra vez.

Desde donde estaba ni siquiera podía oír a Igrin, y eso la ponía nerviosa. Volvió a ponerse en pie.

-¡Entiendo que estés molesto conmigo, pero eso no significa que no me vayas a dirigir la palabra otra vez en la vida!

Pam. Pam Pam.

Ryava golpeaba la puerta, furiosa ahora. Sentía que se iba a echar a llorar.

-¿Te importaría dejar de armar tanta bulla? Es molesto a estas horas de la mañana.

-Igrin… -Ryava se giró hacia él.

-¿Qué pasa?

-Le he dicho a mi hermano lo que le tenía que decir y… Y no me contesta.

-Pues resuélvelo, pero sin hacer ruido, a ser posible. Yo me voy.

-¡Espera!

-Suelta mi brazo.

-Yo… me voy contigo.

-Sí, claro.

-Eso es lo que le he dicho a mi hermano.

Ryava soltó a Igrin, y él la miró, sonriendo.

-Entonces abre esa maldita puerta y díselo a la cara. Seguro que no te ha oído.

Ryava obedeció, y gritó.

-¡HERMANO!

El candil cayó al suelo, y Ryava detrás de él. La impactante imagen del cuarto silencioso, con su hermano colgando de una cuerda enganchada el techo, y el horrible olor que lo inundaba todo la estaban volviendo loca.

-¡Igrin! ¡Igrin! ¿Qué es esto?

-Es el acuerdo al que llegamos tu hermano y yo anoche: yo me iba, pero él me dejaba en paz.

-No…

-Sí. Un tipo un poco testarudo, este hermano tuyo. Pero ya no tendrás que volver a lidiar con él.

-No…

-Te he dicho que sí, joder. Ahora levántate.

Ryava siguió tirada en el suelo, con los ojos vidriosos, mientras la llama del candil comenzaba a recorrer la habitación. Igrin la hizo levantarse agarrándola por el cabello.

-¿Qué mierdas te pasa ahora?

-Mi hermano… -Ryava estaba ausente al mundo real, demasiado impresionada para reaccionar.

-Y dale con tu puto hermano. ¡Es un cadáver! ¡Que se joda! De hecho, ¡si sigues así que te jodan a ti también! ¡No me interesan las pazguatas, las memas, las estúpidas que a la mínima se asustan! Pensaba aguantarte, al menos un rato, pero, siendo sincero, ya estoy harto de las putas como tú.

-Igrin, tú…

Igrin la interrumpió, agarrándola por el cuello y alzándola, consiguiendo que comenzara a asfixiarse.

-Te vas a ir con tu puto hermano.

Ryava no sabía si alucinaba por las emociones o era real lo que veía. Ante sus ojos, la imagen de Igrin comenzó a verse borrosa, hasta mezclarse con la de un muchacho no tan atractivo, de lacio cabello castaño claro, con la cara cubierta de cicatrices y un parche cubriendo su ojo izquierdo, mientras que el otro, de color verde intenso, la observaba fijamente, maliciosamente… Y la sonrisa que conocía y la volvía loca estaba pintada en esas facciones.

Después de eso no supo más.

-Maldita sea, voy a tener que cambiarme antes de que la casa arda entera. Había olvidado que las heridas en el cuello salpicaban tanto.

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Saaaaaangreeeeeeee!!! Saaaaaaaaaaaangreeeeeeeeeeeee!! Y lo próximo: el segundo interludio (¡te lo advertí, Watch!)