Golpeó, pateó, mordió, arañó e incluso empujó el árbol, descargando toda su furia, su rabia y su frustración, contra él, pero no era suficiente. Necesitaba, quería más, más y más; no podía contentarse con tan poco, y sentía que iba a estallar si no se desahogaba. Extrañaba correr, sudar, cazar, morder... Sí, morder algo de verdad, carne de verdad, carne dura y correosa con la que poder ensañarse a gusto. ¿Y cómo la conseguiría? Cazaría, sí, cazaría alguna cría de animal salvaje y la asustaría, y la mataría en el momento de mayor tensión de sus músculos, y luego lo despedazaría sin perder un segundo y...

Estaba ahí. Lo olió lo oyó llegar. Sentía que sólo estando tras él ya lo invadía el miedo. Y no contuvo su sonrisa.

Sonriente se giró, con sus dientes a medio transformar...

Su tocayo, su hijo, dio un paso atrás, temblando, pero con ojos desafiantes. Tuvo que relajarse. Se obligó a ello.

-¿Qué quieres?

-Me... Mamá quiere saber si vas a comer en casa.

-Esa puta no es tu madre... Ni ese cabrón tu padre, ya que estamos.

-...Ya lo sé.

-¿Qué?

-Ellos... Los demás son todos hijos de papá Mialc, y Menalc es su mujer, no la madre de ninguno de nosotros. Pero papá me contó la verdad, me dijo que mi verdadero papá era un amigo suyo que se llama igual que yo y, visto lo visto, ése serías tú, así que... ¿Vendrás a comer con nosotros?

-No; no iré. Y tú tampoco.

-¡Menalc no me ha dado permiso para salir!

-¿Y me tiene que importar? Vamos, me acompañarás a buscar comida.

-¡No! ¡Suéltame! ¡¡No!!

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No necesitaba mirarlo no hablar con él para saber que el niño, Kuroi, quería volver. Se habían alejado mucho del pueblo, y probablemente el chico no estaba acostumbrado a eso, no sin “papá Mialc”, “mamá Menalc” o...

-Dime una cosa, chico.

-Me llamo Igrin, no “chico”.

-Igrin soy yo, así que para mí eres “chico”, ¿entendido? Bien. ¿Sueles salir del pueblo?

-A veces, si Menalc nos deja... Sei y yo vamos a explorar. ¡Ah! Quería decir Nedda. Sei es mi hermana Nedda.

Lo sabía.

-Esa chica no es tu hermana, no lo olvides. Pero no pienses que por ello, el día de mañana, tendrás algún derecho sobre ella.

-Lo sé, señor. Papá ya me lo dijo.

-¡Que no es tu padre! Y ya podría haberse aplicado el cuento...

Basta. ¡Basta! ¿Qué estaba haciendo? No lo había llevado a cazar para discutir con él. De hecho, tampoco lo había llevado consigo para la caza...

-¿¡Por qué insistes tanto en que no son mi familia!? ¡Eso ya lo sé: no somos nada! Al menos, no de sangre, pero... Para mí, son los hermanos con los que he crecido... El padre que cuida de mí... ¿Por qué... por qué tendría que negarlo y quedarme solo...? Total, en realidad, ¿quién eres tú?

-Según parece sí que soy tu padre... Pero hasta ahora no he tenido tiempo de poner eso en práctica. Después de todo, lo único que sabía de ti es que habías nacido. Y luego no pude saber más.

-¿Por qué?

-Porque estaba muerto. Todavía no va un año desde que me devolvieron la vida.

-Eso es imposible. Los muertos sólo son muertos.

-Ya. Mira, ¿ves la cicatriz que tengo aquí?

-Aha.

-Ahora mírame la nuca. ¿Ves que hay una casi igual?

-S-sí...

-¿Y sabes cómo me la hice? ¿No te lo imaginas? Pues me la hizo tu papá Mialc con su espada. La lanzó en el momento justo y ¡zas! Me atravesó el cuello con ella. Y la gente no sobrevive a esas cosas.

-Pero... pero tú estás aquí.

-Eso tiene una explicación muy sencilla: los dioses existen, Igrin. Ahora, ¿quieres que te cuente la historia?